El avión tenía prevista su salida a las 10:05. Teníamos que estar en el aeropuerto una hora y media antes, a las 8:30. El tren hasta el aeropuerto tardaba una media hora. Lo cogeríamos a las 8:00. Calculamos que si desayunábamos a las 7 nos daba tiempo de sobra. Así que pusimos el despertador para las 6:30. Todo fue según lo previsto. Cuando llegamos al aeropuerto tuvimos que darnos prisa porque la terminal estaba bastante lejos, unos diez minutos. Al fin pasamos seguridad y nos sentamos a esperar. No había pasado media hora cuando vimos que la gente se levantaba y se colocaba en la cola para embarcar. Aunque en el tablero de anuncios decía que el avión saldría a las 10:30 y aún faltaba casi una hora nosotros nos colocamos en la cola: si entrábamos antes tendríamos más sitio para colocar nuestro equipaje y saldríamos más pronto.
Poco a poco iba llegando la gente. Algunas personas, viendo la cola que se había formado, o bien se sentaban o bien se colocaban al final. Pero otros, incluso habiendo llegado justo a punto de embarcar, con toda la cara del mundo se disponían estratégicamente jugando al despiste junto a los que ya estaban en cola. Una señora que estaba delante de nosotros le hacía señas a su acompañante sobre alguien que se les había colado. Pero ni ella ni nadie decía nada. Tampoco nosotros. Eso sí, entre nosotros no faltaban los comentarios de "¡Desde luego, vaya cara! ¡Y para esto nos levantamos a las seis y media y nos preocupamos de llegar a la hora!¡Esto es la leche! ¡Y nada, y ellos se quedan tan anchos!"
¿Y qué haces en estas ocasiones? ¿Los pones en evidencia? Seguramente tu repuesta es la lógica: "¡Pues claro!"
Pues no está tan claro. Yo creo que eso depende de cuáles sean las consecuencias: si cantarles las cuarenta te va a poner a ti de mala leche, porque te van a contestar con un "¿Y?", y tú, pensando que ellos tenían el sentido del respeto y la consideración que tú suponías en todo ser humano te vas a quedar mudo sin saber qué responder, pues entonces lo mejor es no decir nada y seguir siendo el primo que eras.
"Quem me dera" tener la cara dura para cantarles las cuarenta y quedarme más pancho y tranquilo que nunca. Pero no, yo sé que me voy a poner de mala sangre y me aguanto y, remedando la canción aquella de Antonio Machín "Mira que eres linda, qué preciosa eres...", me digo "Desde luego, mira que eres primo, qué primo que eres..."
Es obvio que ese mundo de respeto y consideración al prójimo, de cumplimiento de mínimas normas sociales de sentido común, ese mundo en el que todos nos debiéramos mover no existe. Entonces sólo te quedan dos opciones: la solución de Michael Douglas en aquel papel de empleado de camisa blanca que se dirige a su casa y que harto de aguantar se pone a dar tiros a diestro y siniestro, o la del primo y pringao que aguanta que le pisen y le repisen.
Aunque en este último caso, no sé hasta cuándo puede uno aguantar...
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