miércoles, 24 de noviembre de 2010

In memoriam

Volverás en noviembre,
                   con las lluvias, a las mañanas
                                         ruidosas del Rossio.
                                                                        Ángel Campos


Hace ahora dos años murió mi amigo Ángel Campos Pámpano y dos ideas me rondan la cabeza.

La primera, lo absurdo de su muerte. Ángel muere a los cincuenta y un años en plena madurez creativa como reconocido poeta.

Aún recuerdo cómo, en sus visitas al despacho de Dirección, donde se sentaba en el sofá, frente al famoso tapiz de la bandera republicana, o salía a pasear a la terraza y, apoyado en el pretil, se fumaba su pitillo mientras hablábamos de lo divino y de lo humano; recuerdo digo, cómo me confesaba la premura de los plazos para editar una recopilación de sus poemas, labor detenida por la vorágine de iniciativas que como vicedirector y responsable de las actividades extraescolares del Instituto Español se imponía.

Ángel se fue en plena experiencia como maestro de jóvenes. Yo le veía, gigante, como un profesor de los de antes, ensimismado en las líneas que ha de resaltar en su lección, y me recordaba a un profesor que tuve en Preu al que se le veía cómo vivía la literatura. Su gran humanidad, de oso de peluche, la derrochaba hacia sus alumnos que se sentían estimados e importantes. Ángel como profesor, se me figura como ese arte que llega a su etapa clásica y que marca las pautas de lo que el estilo debe ser. Justo en esos momentos de vino añejo que hay que oler, paladear y degustar a pequeños sorbos, justo entonces, por un capricho innecesario del destino tiene que dejarnos. Y es que a veces, los dioses, celosos, nos roban lo mejor para quedárselo y disfrutarlo ellos, y nos dejan lo mediocre y lo peor para alejarlo de sí el mayor tiempo posible y castigarnos aún más.

Ángel se fue justo cuando más podía disfrutar de sus maravillosas hijas a las que naturalmente tanto quería. Aún recuerdo cuando me despedí de él en agosto, en el patio frente al palacio y al pie del azulejo con los versos dedicados al maestro Giner de los Ríos, premonitorios de su propio destino, cómo se enorgullecía de ellas.

Decía que había dos ideas que me rondaban estos días la cabeza. La segunda es cuál será el estado de los vestigios materiales del recuerdo de Ángel en el edificio del Instituto.

En aquel día de agosto que se despedía, mientras atravesábamos el ancho pasillo del edificio de Primaria que separa la Biblioteca del Salón de Actos y que había alojado tantas y tantas exposiciones durante el 75 Aniversario, hablábamos de que tenía que volver como invitado para leer sus poemas, y al pasar por delante de la puerta de la Biblioteca le dije que llevaría su nombre. En las conmemoraciones del Día del Libro, unos meses después de su muerte, colocamos la placa en la que sobre una pintura de su amigo Javier se lee Biblioteca Ángel Campos Pámpano. Meses después colocamos una piedra grabada con sus versos que, junto al olivo plantado en el jardín frente al palacio, le recuerda.

La "damnatio memoriae", famosa entre egipcios y romanos, puede ser activa o pasiva. Más dañina que la activa es la pasiva: el dejar que el paso del tiempo y la ignorancia borren el recuerdo. Si bien es cierto que entre nosotros se confunde muy a menudo memoria histórica con revancha, inquina y mezquindad, también lo es que estatuas y recuerdos de otras épocas escapan a la voraz limpieza del pasado.

La suerte de los buenos, de los honestos, de los benéficos es que pasan desapercibidos en esta sociedad y por ello su recuerdo se conserva bajo la pátina del musgo o del polvo.

Ángel era un hombre bueno, amigo leal y honrado defensor de los humildes. Su suerte es que allí quedan fieles amigos suyos, alumnos que siempre le recordarán, pero sobre todo su Lisboa que jamás olvida a los que la amaron.

1 comentario:

  1. Bravo por este recuerdo tan sentido. Eres tan poeta como lo era Angel.

    ResponderEliminar