¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas que tañían?
las músicas acordadas que tañían?
Jorge Manrique:
Coplas por la muerte de su padre
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Casa en Arezzo donde nació Güido Mónaco |
A medida que pasan los años uno selecciona. Y no queda otro remedio porque el tiempo es limitado.
Es curioso cómo se van perdiendo los detalles de lo vivido y queda lo esencial, lo verdaderamente importante.
Cuando empecé a trabajar como profesor enseñaba Primero de BUP, y recuerdo que al tratar el tema de Grecia, intentaba enseñar a mis alumnos el complejo proceso de consecución de la democracia en Atenas a través de las reformas de Solón y Clístenes. En aquel momento estaba convencido de que todo lo que yo había aprendido era importante.
Hoy no sólo creo que aquello era excesivo sino inútil. Para un alumno de Primero de ESO la reforma de Clístenes carece del mínimo interés. Como mucho es importante que este alumno sepa que fue en Grecia donde surgió el primer atisbo de democracia, aunque fuese una democracia muy restringida y limitada.
Creo que el paso de los años me ha hecho ver qué es lo que puede ser importante para la vida de mis alumnos, qué es lo que les puede hacer mejores personas y mejores ciudadanos. Como historiadores agentes transmisores de la memoria colectiva, debemos seleccionar aquello cuyo ejemplo merece la pena seguir y anatematizar aquello que no ha de repetirse jamás. Lo superfluo, lo accidental, no merece la pena señalarlo.
Algo semejante pasa con nuestras vidas. Nuestra memoria es selectiva. Sólo se queda con aquello que ha dejado huella. Y la huella la dejan o los muy buenos o los muy malos. En estos no pensamos. Aquellos, los muy buenos, son ejemplo, faros que nos orientan.
Hay en toda mansión inglesa que se precie, de esas que se ven en las películas, una galería de retratos de antepasados que, a medida que el mayordomo avanza, la luz trémula del candelabro va revelando. Cada uno de nosotros tenemos también en el salón de nuestra memoria una galería de personas que permanecen ahí por la huella que han dejado en nosotros. En mi extensa galería está el retrato de Concha, la directora del Coro del Instituto Español de Lisboa.
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Detalle de la Cantoría de Luca Della Robbia |
Concha llegó a Lisboa en el 2004, un año después que yo. Después de unos meses de toma de contacto propuso al centro un proyecto: formar un coro de alumnos, profesores y personal no docente.
El coro "Giner de los Ríos", el nombre del Instituto, ha sobrevivido seis años y puede presentar un historial brillante: numerosos recitales en el instituto, en Lisboa y alrededores; giras a Orense, Madrid, Tánger, Tetuán, El Escorial y Zamora; y grabaciones de dos CDs. Su repertorio ha sido variado y de calidad, acomodado a la misión del Instituto Español como difusor de la lengua y cultura españolas, al medio portugués y a la composición internacional del alumnado del centro.
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Detalle de la Cantoría de Luca Della Robbia |
Pero aún cuando esa fachada es brillante, lo esencial, lo importante de la labor del coro ha ocurrido tras las candilejas, en la soledad del Aula de Música del Instituto. Los ensayos semanales y a veces extraordinarios en horas fuera del horario escolar, aun cuando gratificantes, suponían siempre un sacrificio. Durante ellos aprendimos a esperar, no siempre pacientes, a que las otras voces aprendieran su parte, y ello con alumnos y alumnas de 12 a 17 años, llenos de energía y ávidos de libertad. Aprendimos poco a poco a respetar y a admirar el esfuerzo y la superación ajenos. Superamos nuestros complejos apoyados por compañeros que aplaudían sinceros nuestros logros y perdonaban nuestros errores. Pudimos vibrar y sentir verdaderos escalofríos al cantar melodías en una milagrosa armonía de voces. El "Dio del cielo, signore delle cime", que me ponía el vello de punta, adquirió un significado especial recordando a aquellos que ya no estaban con nosotros. Reímos y temimos fallar con un tercer "¡Oh!" en el segundo estribillo del "Trai, trai, ...". Conseguimos por fin encajar bajos y tenores el "ya vienen los Reyes" del villancico "Ya viene la vieja". En fin, esperábamos en larga tensión el remate final del "u, u, u, u..." del "Romance del Conde Olinos" después de sentir la desventura del caballero y la princesa.
Y entre canto y canto Concha hacía un comentario o contaba el último chiste y reíamos a carcajada. El coro era un oasis de convivencia en el centro, donde por unas horas nos olvidábamos de nosotros mismos y hacíamos algo en común. En ese ritual que era cada ensayo, no podían faltar los ejercicios de relajación que tenían la virtud de prepararnos físicamente para el ejercicio musical. Un ejercicio que terminaba siempre en el triunfo que suponía haber aprendido una canción más.
De lo anterior uno puede concluir que el trabajo era fácil. Nada más lejos de la realidad. Nunca he conocido a nadie que tenga la paciencia de Concha. Si una vez era el retraso de algunos en llegar a la hora y que interrumpían en pleno ensayo, en otras era alguien que había olvidado la partitura, un móvil que sonaba inoportuno, o el cuchicheo de otros. Concha se enfadaba pero paciente continuaba el ensayo. Hubiera podido hacer un coro con voces escogidas pero eligió la mejor forma: cantar es un placer y todos tienen el deber de disfrutarlo.

En más de una ocasión, al final de la actuación más de una lágrima se nos escapó, emocionados al ver cómo el reconocimiento y sobre todo el cariño con el que el público, pero sobre todo su coro correspondía a su directora, provocaban en ella emoción apenas contenida. Emoción que para ella era a la vez alimento para seguir y proclamar que, a pesar de todo, sigo porque vosotros me necesitáis para ser mejores.
De ese trabajo callado y humilde quiero resaltar un ejemplo. Hay en Lisboa una residencia de ancianos de la Beneficencia Española. Concha iba todas las semanas a ensayar con ellos. Pero pocos lo sabían. Concha no lo decía. Eso es magnífico (hecho grande) en su sentido más profundo.
Los ancianos de la Beneficencia han vivido mucho y su memoria empieza a flaquear. Pero en ella siempre estará la imagen de una mujer que les enseñaba a cantar y a disfrutar con todo derecho intensamente de la vida.
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Linterna de Lisícrates |
Cuenta el historiador Herodoto que Arión de Corintio a finales del siglo VII a. C. fue el primero en componer una canción coral, cantarla con un coro y darle el nombre de ditirambo. Desde el comienzo de la democracia Atenas organizaba competiciones de ditirambos. Cada una de las diez tribus de la ciudad competía con dos coros, uno de hombres y otro de muchachos, cada uno de ellos de 50 voces. La financiación de cada coro (el pago al poeta, al director del coro, al flautista, y la vestimenta de los componentes) corría a cargo del choregos o mecenas (χορηγός: χορός "coro" + ἡγεῖσθαι "dirigir"). El choregos ganador podía colocar un trípode con una inscripción en la Calle de los Trípodes.
En Atenas hay un famoso monumento, la Linterna de Lisícrates. Este monumento, paradigma del orden corintio, en lo alto del cual se ve un trípode, se levantó para homenajear al maestro del coro (choregos) que obtuvo el premio en el certamen de canto poético celebrado con ocasión de los Juegos Olímpicos.
Pero estos tiempos no son los de Atenas precisamente.
El coro "Giner de los Ríos" no ha tenido desgraciada e inexplicablemente los mecenas que merecía. Su andadura y su labor ha sido obra del sacrificio y empeño de su maesta, que merece propiamente el título de choregos.
Tampoco se le han levantado trípodes visibles. Sin embargo el coro del Instituto Español de Lisboa tiene un trípode en honor de su choregos en cada uno de los corazones de sus sopranos, altos, tenores y bajos.
Decía al principio que a medida que pasan los años uno selecciona y que no queda otro remedio porque el tiempo es limitado. En mi personal selección yo puedo decir:
Yo he pertenecido al coro de Concha.
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Concierto del Coro "Giner de los Ríos" en el Instituto Español de Lisboa" |