La imagen representa a Eneas huyendo de Troya.
La escena tiene lugar durante la Guerra de Troya que enfrenta a aqueos contra troyanos. Los aqueos consiguen penetrar en el recinto amurallado de Troya con la conocida estratagema del caballo de madera. La consiguiente matanza, saqueo e incendio de la ciudad obliga a los troyanos a huir. Entre los que consiguen salvarse está el héroe Eneas, hijo del pastor Anquises y de la diosa Venus, y casado con Creusa, hija de Príamo rey de Troya, con la que tiene un hijo, Ascanio.
En la pintura de Miguel Ángel (un detalle del fresco de la Capilla Sixtina), sobre el fondo de la ciudad en llamas, Eneas (la figura central), apoyando firmemente sus pies en el suelo y reflejando en su rostro el esfuerzo, carga a sus espaldas con el cuerpo de su padre anciano. A su lado el joven Ascanio, que lleva en una caja los manes y penates (dioses de sus antepasados), mira tiernamente a su padre y a su abuelo. Creusa, la esposa de Eneas, se sitúa en el umbral de la puerta, como indecisa entre su padre Príamo atrapado en la Troya en llamas y su esposo e hijo que huyen.
El gastado y amarillento cuerpo de Anquises muestra la debilidad de la vejez (además la diosa Venus había castigado a Anquises con la cojera por haber revelado su relación amorosa con ella). El cuerpo de Eneas es representado en la plenitud de la madurez. Las exageradas formas del cuerpo del joven Ascanio, en contraste con la candidez de su rostro, son, más que el reflejo de la naturaleza, el símbolo de la fuerza de la juventud.
La escena se convierte en símbolo y metáfora. Símbolo de la Historia y la vida (pasado, presente y futuro).
También en símbolo de la importancia de la familia para la persona humana. Pues en Eneas pesa tanto el pasado representado en su padre como el futuro representado en su hijo. La tradición (Anquises) es tan válida como la novedad (Ascanio). Los valores aprendidos del pasado son válidos para el futuro. El hijo, que lleva los dioses, los espíritus de sus antepasados, no rechaza el pasado sino que lo asume. Ascanio no deja de avanzar hacia el futuro, pero mientras mira hacia atrás mantiene el vínculo con su pasado.
Vivimos en la postmodernidad, donde no existe una sola estructura, un único esquema de valores sino muchos, dependiendo de géneros, culturas, estatus sociales, edades y perspectivas personales. Esto es un hecho inapelable. Hoy en día las posiciones absolutas son difíciles de mantener.
Pero en ese relativismo en el que nos movemos me pregunto si no existen unos valores aceptables por todos, valores que proceden de la experiencia de miles de años, valores forjados en el yunque de la Historia, valores que se repiten en todas las civilizaciones y culturas: valores transmitidos por nuestros padres y que deberíamos transmitir a nuestros hijos. Hablo de la decencia, de la honradez, de la bonhomía, de la piedad, del respeto. No se trata de aceptar por que sí la tradición basada simplemente en la autoridad, sino en el sentido común, ese sentido en el que tiene mucho que decir la experiencia de siglos.
El problema viene cuando ese relativismo moderno se desentiende de todo mamado, esto es, de lo depositado gota a gota por el ejemplo de abuelos, abuelas, padres y madres, y asume como bandera el “todo vale”, lema síntesis del individualismo más egoísta.
No hay como las situaciones de estrés para probar la fortaleza de la familia y de los valores que ella representa. El riesgo de ser atravesado por una espada, devorado por el fuego o aplastado por un muro que se derrumba fue suficiente motivo para unir a la familia de Eneas en un objetivo común, la huida, y con ella la posibilidad de una nueva vida. Pero más fuerte que el afán de supervivencia lo que verdaderamente unió a abuelo, padre, esposa e hijo, fue ese cemento invisible que une vidas en un hilo que se remonta a la sombra de los tiempos y que se lanza a un futuro incierto.
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