
Hoy, mientras hacía mi paseo de todas las mañanas, una buena costumbre que practico en los veranos --había decidido incluso hacer fotografías del recorrido (es curiosa esta manía que tenemos de fotografiar todo, como si de esta forma detuviésemos el tiempo que se acaba)--; hoy, como decía, me sucedió algo que despertó en mi una experiencia traumática que creía curada. El recorrido del paseo era el usual: Cypress, luego Douglas, después Biscayne y por fin Golfview para de nuevo tomar Cypress y regresar. Me encontraba ya en Golfview, a más de la mitad del camino, y estaba a punto de llegar al cruce que parte el circuito del campo de golf, cuando oí los gritos de unos chavales. Al instante vi que, detrás, venían corriendo hacia mí dos perros impresionantes, no por su tamaño, más bien mediano, sino por su cara; no sabría decir si eran bulldogs, pero lo parecían. No sé cómo, pero mi primera reacción fue darles la voz de: ¡¿Ehh?!, mezcla de orden, sorpresa y súplica; luego en inglés, esta vez más decidido: go! go! Los perros se pararon. Mientras, la voz del chaval invisible les llamaba. Por fin dos muchachos aparecieron y les dije: Come and get it! Uno de ellos escapó corriendo mientras el otro persistía en llamarlos. Los perros, indecisos, volvían hacia mí; yo seguía petrificado, ordenándoles: go!, go! Un coche que pasaba por allí se detuvo y la mujer que lo conducía sacudía la cabeza como si se apiadase de mí y no comprendiese cómo los perros no estaban atados. Al final los canes se retiraron y yo, confiado, seguí mi camino recuperándome poco a poco del susto.
Seguramente los chuchos eran dos benditos, pero para su familia. A mí, si no me asustaron, sí me impresionaron.

Desde aquel día mi respeto por los perros fue absoluto e irracional. Creo que me convencí a mí mismo de que los perros y yo éramos incompatibles.
Hasta que llegó Surra, la “Imprescindible”.
¿Por qué no pensar que Surra, en vez de impuesta, ha sido el instrumento de algún proyecto del que desconozco el secreto pero sí sus beneficios? Ahora bien, si es cierto que Surra ha conseguido reconciliarme con su especie, aún no puede impedir que no me detenga, por si acaso, no sólo ante los perros enormes sino también ante los más diminutos.
Tabaco fue mucho Tabaco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario