viernes, 29 de octubre de 2010

"Ni nos doblaron..."

Sobre la pizarra: Marcelino Camacho y CCOO. 20 líneas.

Eso es lo que escribí esta mañana cuando entré en el aula de 1º de Bachillerato.

Ayer habíamos tenido un examen sobre El Antiguo Régimen y la Revolución Industrial. Esta semana acabamos el tema de las Revoluciones Americana y Francesa. Esta madrugada había muerto Marcelino Camacho, líder de CCOO durante la etapa de la Transición democrática en España. Parecía como si el destino hubiese decidido que Marcelino muriese en el momento en que, de acuerdo con el programa, se explican los primeros movimientos de liberación del ser humano de la época contemporánea.

El mejor y más apropiado homenaje que le podían hacer los nietos de la generación de Marcelino, 92 años, era conocer lo que fue y lo que hizo por ellos, luchando durante toda su vida por los derechos de los obreros y de los pobres de la Tierra. 

Marta fue la primera alumna que me envió por email su investigación. "En 1935 se afilió al Partido Comunista de España y posteriormente a la UGT..." Enseguida me di cuenta. Yo quería que se fijaran en el héroe y les pregunté cuándo había nacido. En 1918 me dijeron. Entonces, en 1935, cuando se comprometió a luchar por los proletarios, tenía 17 años, casi los mismos años que tienen mis alumnos. Un año después, a sus 18 años, en 1936, cuando estalló la Guerra Civil, Marcelino "junto a otros ferroviarios cortó las vías del tren para impedir el avance fascista. Cruzó andando la sierra madrileña para unirse al bando republicano..."

La mayor parte se detenía en 1944 cuando se exilió en Orán, Argelia. Se les había olvidado mencionar el tiempo que estuvo encarcelado en Carabanchel desde 1967 hasta 1976, cuando salió diciendo: «ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar».

Creo que este es el mejor homenaje que le he podido hacer a un hombre honesto, generoso y comprometido con sus ideas. Descanse en paz. 

Venite ac capite!

¡Venid y probadlo!

No creo que haya en este mundo una experiencia humana más placentera y más generalmente aceptada que el recuerdo de los guisos de la propia madre. Estoy convencido de que si le pidiésemos a cualquiera que nos hablase de los platos que cocinaba su madre, notaríamos de repente una transformación del semblante de nuestro interlocutor hacia un estado de beatitud más propio de ángeles que de hombres. Porque despertaríamos en él el recuerdo de todos los sentidos. Asistiríamos a su inmediata secreción papilar (como si de un experimento pavloviano se tratase), para regustar el sabor indeleble en la memoria. Resurgiría en él el recuerdo del olor persistente que impregnaba toda la casa cuando puntual regresaba de la escuela o de corretear por la calle. Tendría de nuevo a la vista los vívidos colores de cocidos y fritos imposibles de plasmar ni siquiera por un Tiziano. Evocaría en las mucosas de su boca las innúmeras texturas sólo posibles de lograr con la paciencia de fuego lento de una madre. Y, en fin, volvería a escuchar el sonido de sorbos, chasquidos, y los callados y glotones murmullos de placer.

A pesar del paso del tiempo, y de haber experimentado los platos de otros o creado los tuyos propios, siempre, siempre, en tu recuerdo quedará el sabor de los guisos de tu madre.

Y en consecuencia, en la memoria de mis hijos están impregnadas y guardadas, para saltar como resortes, todas las sensaciones anteriores. En mi familia, mi esposa ha creado su propia carta de guisos, y mis hijos, ahora crecidos, cuando nos visitan, le piden sus platos favoritos, aquellos que de niños fueron entrando en el desván de sus memorias.

Esos platos también han hecho mella en mi casi sexagenario trastero de sensaciones. Y, poco a poco, he ido clasificando en mi archivo de sabores, aquellos que me sugieren recuerdos de infancia o aquellos que despiertan el sabor de nuestro propio hogar, el que mi esposa ha creado paso a paso, verso a verso en el diario vivir de nuestra familia. 

"¿Qué quieres para comer mañana?" --me preguntó mi esposa cuando nos íbamos a acostar. "Tengo pollo en el congelador" --añadió. "Bueno, entonces me gustaría ese pollo con caldo que haces". "¿Chicken in the pot?" "Sí, ese".

Cuando al mediodía siguiente, después de una agotadora jornada, con un curso que vale por tres a la vez, llegué a casa, enseguida percibí el aroma del plato que me aguardaba. Mientras esperaba que terminase de cocer el arroz que lo acompañaría, sentado en la mesa de la cocina y comentando mi jornada, me serví un vaso de vino que acompañé con un taco de queso, un trozo del cual compartí con mi leal Surra.

La receta es sencilla: limpiado y troceado el pollo, se coloca en una sartén acompañado de una cebolla picada y aceite. Cuando está dorado, se coloca todo en una cazuela, se cubre de agua, se sazona de sal y pimienta, y se pone a hervir. Al cabo de dos horas el guiso está hecho. Se acompaña con algún vegetal y con arroz. Yo sugiero que a mano se tenga un buen trozo de pan de barra para mojar el caldo. Está para chuparse los dedos.

El pollo al cazador, las albóndigas rehogadas en vino, el espagueti, el stew con dumplings, el atún con pasta y bechamel al horno, o el pollo a la cacerola, como el que aquí alabo, forman parte de nuestra cultura familiar. Porque no es nada fácil conseguir ese olor especial en cada hogar, olor que hace historia, aunque pequeña, pero historia al fin y al cabo. Hacen falta horas de cocción a fuego lento, día tras día, para conseguir el sello inconfundible en la memoria histórica de los hijos y quizás de los nietos.

martes, 26 de octubre de 2010

Pájaros sin libertad

Tiene 14 años. Es un chico inquieto, pero noble. Necesita que le prestes atención. Te toca, te hace cosquillas. Intenta llamar tu atención tocándote el hombro y a la vez quitándote el bolígrafo del bolsillo de la camisa. Al verle, de aspecto descuidado, cabizbajo, rendido (le he anunciado que le han puesto otra amonestación, y ya van seis), uno tiene la sensación de que en el fondo piensa que, haga lo que haga, los profesores le tienen entre ceja y ceja y nunca podrá salir del hoyo. 

Me pregunta si tengo pájaros de compañia. Le digo que no, que tuve uno pero que se me murió, que ahora tengo una perrina. Me cuenta que él tiene dos rotweiler y un pitbull. "Te doy cien euros si te acercas a él" --me desafía. Le digo que tenga cuidado, que mira lo que ha pasado en Galicia, donde un pitbull, encerrado en una jaula, destrozó a un niño descuidado por sus abuelos, que se acercó demasiado. "Lo tengo sujeto por una cadena así de gorda" -- me indica con las manos.
Él sigue un programa educativo especial, igual que el que seguía el curso pasado, con los mismos contenidos, que repite y repite ya sin interés. Para él las partes de la Tierra no tienen sentido, ni prerromanos, ni griegos, romanos o visigodos.

Hoy, cuando yo estaba en el ordenador del profesor repasando faltas de asistencia, y mientras unos alumnos estudiaban o intentaban estudiar para el examen, y otros hacían una práctica de tutoría sobre el empleo de su tiempo a lo largo del día, se me ha acercado y me ha dicho que quería enseñarme algo. Un poco reacio, he aceptado.

Directamente ha ido a Google y ha escrito la palabra jilgueros. En la pantalla han aparecido imágenes de variedades de jilguero. Ha querido ponerme uno como pantalla de ordenador y me ha pedido que eligiera uno.

He descubierto que le apasionan los pájaros. Se conoce los nombres de canarios, petirrojos, verdillos, y qué se yo cuántos más.

Le he pedido que me copiara varias imágenes a mi carpeta de profesor. Me ha ido mostrando uno a uno si me gustaban. He elegido unos cuantos.

Por un momento, al ver las imágenes, he sentido, tras la apariencia de chico duro, curtido, de aseo descuidado, pero de pendiente de brillante en la oreja y anillo de oro en la mano, la fragilidad de A. L., una fragilidad como la de los pájaros, ante los que sus ojos se abrían admirados, protectores y tiernos.

Y yo me digo que, si el chico tiene esa sensibilidad hacia la belleza y delicadeza de los pájaros, no debe ser tan malo el lobo como lo pintan.

sábado, 23 de octubre de 2010

Un día de otoño

No sé que tienen las estaciones que te predisponen a hacer determinadas cosas. Uno nota que ha cambiado la estación cuando por la mañana, al salir de casa para ir al trabajo, aún no ha amanecido y empiezas a sentir la necesidad de ponerte más ropa. Poco a poco la naturaleza te aconseja refugiarte en el hogar y acomodarte a disfrutar de lo que la cueva te ofrece: el calor acogedor de mantas y colchas de tonos verdes y púrpuras, una siesta bajo el viejo edredón o la manta suave después de comer, una lectura de tu novela preferida en el sofá, una labor de costura que tu esposa paciente está a punto de terminar, el mirar juntos otra vez más una serie de la BBC sobre Jane Austen, o cocinar platos cálidos de esos de mojar el pan de pueblo. Y todo ello acompañado de la perra, que espera paciente una recompensa a su lealtad o se acurruca a tu lado esperando tu caricia.

Hoy hemos preparado unas Fabes con almejas. Tenía pensado comprar verdaderas fabes asturianas, de esas gordas, pero me olvidé y anoche tuve que poner a remojo cinco puñados de judías blancas que guardaba en la despensa. Hoy por la mañana, después de desayunar torrijas y churros, compramos 300 gramos de almejas. Cuando llegué a casa las puse en remojo durante una hora para que se limpiaran. Luego escurrí las judías y las puse al fuego cubiertas de agua y con media cebolla entera. Cuando empezó a hervir le eché un chorro de agua como mandaba la receta. Luego hice un sofrito con un tomate, la otra media cebolla, dos dientes de ajo y un pimiento verde, todo ello picado. Cuando estuvo hecho el sofrito eché las almejas y mezclé todo. Esperé y cuando estuvieron hechas las judías, cuidando de que quedaran caldosas, les eché la mezcla de sofrito y almejas y lo dejé todo hervir 15 minutos para que tomara sabor. Confieso que pequé: les eché una pizca de guindilla y una pizca de pimentón de la Vera. El resultado es el que aparece en las fotos.


Cuando me levanté de una siesta tardía, supe que había llamado mi hija. Mientras nos preparábamos para ir a la iglesia, mi esposa me habló de los proyectos de hogar de B. y A. Nos enternecía la ilusión que estaban poniendo los dos en crear su propia cueva.

Mientras sufríamos una misa atípica de alboroto, por al menos cuatro bautizos a la vez, le sugerí a J. que quería hacer una tortilla de patatas. Me preguntó si había patatas en casa. Decidimos pasar por el supermercado y comprarlas. Cuando llegamos a casa, la perra saltaba como lo hace siempre pero quizás oliese mis planes y se dispuso a esperar.

Y he aquí el resultado de esta hermosa cena que precede una velada donde veremos el segundo capítulo de "The Woman in White" en versión de la BBC, con un Sir Percival Glyde de apariencia bonachona pero tras la que se esconde letra pequeña. Bon apetit.
  
    

Carthago delenda est


En esta semana ha habido cambio de gobierno.

No sé, pero percibo en el ciudadano un cansancio, una resignación, y hasta un reconocimiento de la bondad de las medidas de austeridad del gobierno. El público se olvida de que esas medidas son la consecuencia de una mala gestión de los presupuestos. 

Sabemos que las cosas de la economía van mal desde al menos el 2008. En mayo de 2010, como una Bella Durmiente recién despertada por el beso de un maldito príncipe, el Presidente dice que no hay dinero y que muy a pesar suyo tiene que tomar medidas. Hasta entonces el gobierno central y los autonómicos han seguido gastando por encima de sus posibilidades en partidas que se podían haber ahorrado: cursos, estudios, proyectos, premios... 

No hay dinero, pero luego van y lo despilfarran. 

¿Alguien entiende esto? Esto es de locos.

Para mí está claro. Si no hay dinero, pues no hay dinero. Pero parece que para el gobierno está bien recortar los sueldos a los funcionarios y al mismo tiempo, por ejemplo, seguir convocando cursos para que esos funcionarios se perfeccionen. Mire usted, si usted tiene superavit, fenomenal, adelante, invierta en todos los perfeccionamientos que quiera, pero si usted tiene déficit, recorte de lo superfluo. Yo, si quiero perfeccionarme, lo haré si dispongo de dinero propio ahorrado, o no me perfecciono en estos momentos. Y si quiero aprender un idioma, por ejemplo, pues, o lo hago por mi cuenta, o espero a momentos de bonanza presupuestaria. 

Una familia sabe cuáles son sus ingresos y cuáles son sus gastos y sabe hasta dónde puede endeudarse. Pues, al parecer, nuestro gobierno no lo sabía. Cabezas tan sesudas no sabían que hay un límite al endeudamiento, pasado el cual uno va a la ruina. La solución del gobierno: ¿reducir lo superfluo, los gastos de dietas, congresos, etc.? No, la solución es reducir los sueldos y congelar las pensiones. ¡Toma ya! ¡Eso es todo lo que saben! Eso también lo sé hacer yo. Para eso no hace falta ir a la Facultad.

Pero ¿no será que hacen lo que hacen porque nos conocen ya de sobra, que no nos movemos, que aguntamos todo lo que nos echen? ¿Qué está pasando en Valencia? Políticos del PP acusados de corruptelas sin cuento y las encuestas siguen reflejando mayoría del PP. Esto es para ir a m... y no echar ni gota.

En la antigua Roma un senador, Catón el Viejo, hacia el 150 a. C., para recordar a sus conciudadanos del peligro que Cartago suponía para los intereses de Roma, finalizaba todos y cada uno de sus discursos en el Senado con estas palabras: "Carthago delenda est" (Cartago debe ser destruida). Al final, en el 144 a.C., Cartago ardía en llamas. Los romanos no olvidaron.

El día 15 de febrero de 1898, una explosión destruía el crucero acorazado Maine y de los 355 tripulantes morían 254 marineros y 2 oficiales. La prensa sensacionalista americana acusaba a España de haber causado la explosión. Un periodista que estaba en un bar de Broadway, en Nueva York, vio cómo el dueño levantaba su vaso y proponía un brindis diciendo: "Gentlemen, remember the Maine!" ("Señores, recuerden el Maine"). El periodista relató el suceso y a partir de ahí Estados Unidos tuvo un nuevo eslogan: "Remember the Maine". Sin entrar en cuál fue la verdad sobre el Maine, Cuba ardió en llamas. Los americanos ciertamente no olvidaron.


En esta cultura de lo políticamente correcto y del respeto mal entendido, tragamos, olvidamos o recurrimos al manido "¡Y qué le vamos a hacer!". Candidatos a líderes de instituciones, consideradas faros de valores de toda la vida para una sociedad, no paran en mientes hasta conseguir sus propósitos. Se saltan a la torera democracias y éticas y como zorros se amparan en influencias y en interpretaciones al gusto de leyes bien intencionadas. El problema es que los dirigidos lo saben y unos lo justifican y los más lo callan.

En Roma los Catilinas corruptos eran aislados y deshonrados. En nuestro país son aplaudidos y admirados.

A la vista de lo que ocurre en Francia, comparándonos con nuestros vecinos gabachos, nosotros somos escoria moral. Eso sí, en bares y a gritos protestamos contra el poder, pero si el poder se presenta ante nosotros somos babosas indecentes y serviles.

Los "Carthago delenda est" o los "Remember the Maine" a nosotros nos resbalan. ¿Qué es necesario que nos hagan para que nos levantemos del barro y recuperemos una pizca de dignidad?

viernes, 22 de octubre de 2010

Casi "Bacalhau à João do grão"


El sábado pasado preparamos un plato portugués muy sencillo "bacalhau com grão", o bacalao con garbanzos. La receta la tomamos de un libro portugués. La verdad es que incluía ingredientes que no recordábamos haber visto en los platos que probamos en el restaurante A Águia o en O Carvoeiro en Algés. El bacalhau com grão se presentaba exclusivamente con el bacalao, los garbanzos, la patata cocida y uno o dos dientes de ajo. Después de haberlo hecho descubrí en Internet la receta que se correspondía con lo que habíamos comido en Portugal:"Bacalhau à João do grão".

La receta es muy sencilla. Compramos bacalao seco y una vez cortado en trozos los dejamos en agua durante cuarenta y ocho horas para desalarlo. La noche anterior a cocinarlo dejamos a remojo los garbanzos. Unas dos horas antes de comer puse la cazuela con agua al fuego. Cuando empezó a hervir puse los garbanzos (cuatro puñados para dos personas y dos días), le añadí sal y los dejé cocer. A la hora probé si estaban cocidos. No sé si los dejé un poco más pero estaban ya cocidos. Luego hice un sofrito con cebolla picada y tomate. Al mismo tiempo cocí dos huevos. Una media hora antes de comer puse a calentar agua y cuando empezó a hervir puse a cocer dos patatas enteras peladas. A los diez minutos puse en la misma cazuela hirviendo los trozos de bacalao. Cuando se cumplíó la media hora, en otra cazuela al fuego mezclé el sofrito y los garbanzos escurridos. Para servir, en una fuente puse el bacalao previamente secado sobre papel de cocina, las patatas cocidas, y la mezcla de sofrito y garbanzos, sobre los que espolvoreé los huevos que previamente había picado.

El resultado puede verse en la foto. Siento que no hayáis estado a la mesa. Lo hubiérais disfrutado igual que nosotros. Mañana, sábado, voy a hacer Fabes con almejas. No hace falta que lo digáis, seguro que nos aprovechará. Bon apetit.

sábado, 16 de octubre de 2010

Educación sentimental... (y sigue)

El niño bien educado
El niño mal educado

El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender (Montaigne)

"La ... es peligrosa. El año pasado le rompió tres dientes a su padre y amenazó a ... con tirarle a la vía del tren si se ponía en su camino." Esto se decía sobre una alumna en una reunión de profesores.

"Este alumno se queja de que un profesor le ha llamado ... y él se ha sentido ofendido" advertía el tutor.

Considero éstas afirmaciones como verdaderas:

Que la escuela es uno de los pocos reductos que le quedan a esta sociedad para enseñar los valores de respeto a la dignidad del hombre.

Que cuando el profesor pierde el respeto a un alumno ha perdido su autoridad moral para hacer realidad la verdad anterior.

domingo, 3 de octubre de 2010

¡Qué alegría cuando me dijeron...!

Cuando avistamos la iglesia vimos que las verjas de la entrada estaban abiertas. Era extraño, pues desde que construyeron la rampa de acceso lateral suelen estar cerradas. Al aproximarnos a la entrada, observé al "pobre" oficial sentado en el poyo delante de la fachada. No era conocido. Nos saludó al entrar como si fuese requisito para recibir alguna limosna. Cuando atravesamos el umbral oímos un fuerte murmullo que venía del interior y que denunciaba que se estaba celebrando alguna ceremonia extraordinaria. Cuando entramos vimos que, al fondo de la nave, junto al sagrario, se agolpaba, de pie, un numeroso grupo, mientras otros invitados ocupaban casi la mitad de los asientos de la pequeña iglesia. Era una congregación más numerosa de lo habitual en esos casos. Por las oraciones del sacerdote supimos que se trataba de dos bautizos simultáneos. Pero aquello tenía poco de la ceremonia religiosa de un ritual que exige un mínimo de silencio y participación. Aquello semejaba más a una lonja de mercado donde se apalabraban tratos de venta de alguna cabeza de ganado o de alguna partida de productos recién llegada.

A la hora prevista, las siete de la tarde, comenzó la misa. Lo que hubiera sido una ceremonia normal, con apenas treinta fieles, la mayoría ancianos, cantando los dos o tres cantos de siempre, y dando la paz a los de siempre, en este caso no lo era.

Esta misa estaba "animada" con el constante murmullo de unos forzados concurrentes de un día, y por los inocentes berridos de uno de los bautizados, quien seguro hubiera aguantado una ceremonia normal, donde la voz monótona del oficiante le habría conducido al sueño, pero que ahora el persistente murmullo general, obligando al oficiante a levantar la voz, le impedía la mínima paz para cerrar los ojos y olvidarse de un mundo al que parecía que no había pedido venir.

Llegados a las lecturas, apenas me acuerdo de la primera, una profecía del Antiguo Testamento reclamando justicia contra el malvado y satisfacción para el justo. Como era de esperar, el sermón del buen cura rozaba muy de lejos las lecturas, así que pronto me encontré observando a la concurrencia. Desde nuestra posición habitual en uno de los bancos laterales podía ver los rostros de perfil de los demás fieles. Por su actitud se hubiera dicho que todos estaban embelesados, o bien con el carisma del buen sacerdote, o con lo que predicaba. Pero tanto lo uno como lo otro era imposible. El buen sacerdote no hacía otra cosa que repetir el sermón de siempre. Quizás fuese ese su truco. Como si se tratase de una hipnosis, quizás había encontrado el modo de mantener a su público atento a base de repetir siempre lo mismo. Pero mucho me temía que tampoco este era el caso.

Lo más probable es que cada uno estuviese pensando en algo que no tenía nada que ver con lo que el cura decía. Si alguien hubiese podido fotografiar los pensamientos de cada uno de nosotros confirmaría lo de "cada loco con su tema" de la canción. Una anciana señora se miraba su mano artrítica y quizás se lamentaba en silencio de su dolor, o se prometía una visita al médico para contestarle la receta que le había mandado. Aquella otra más joven, que pertenecía a uno de los grupos del bautizo, entrada en carnes, sentada con las piernas cruzadas, apenas cubiertas por un vestido de falso encaje transparente, quizás pensaba que aún era atractiva y que su marido podía aún lucirla. Éste, distraído examinándose un callo de la mano, se preguntaba qué estaba haciendo allí cuando bien podía estar con la jamona de su mujer dándole provecho a la tarde. Aquella de más acá quizás pensaba en lo que tenía que poner de cena, quizás en qué pondrían en la tele esa noche...

O quizás todo tenía una explicación más sencilla. Aquella media hora en la iglesia era el único momento de la semana donde uno podía evadirse del ruido de la vida, ruido que no permitía concentrarse en aquellos sencillos pensamientos y preocupaciones individuales. Allí en la penumbra de la iglesia, cobijado bajo las bóvedas, afirmado por las columnas de piedra, colocadas en orden, arrullado por los habituales cantos, glorias, credos y padrenuestros, e hipnotizado por la voz familiar del cura, allí cada uno de nosotros podía pensar, soñar, hacer planes y, por qué no, orar. Fuera sería imposible: el trabajo de la mañana, en el hogar o en la empresa, las noticias del mediodía sobre golpes de estado, crisis, desempleo, accidentes de tráfico, las telenovelas de la tarde, y las series de la noche, todo eso apenas dejaba tiempo para la meditación en los pequeños problemas de cada uno. Media hora en la iglesia bastaba.

Pero el problema es cuando ni siquiera te dejaban disfrutar de esa media hora y la calle invadía ese oasis de paz en medio de la colina de Santa Elena.

viernes, 1 de octubre de 2010

La educación sentimental


Hace unos días entregué una amonestación a A., un chico de mi grupo, sanote, de trece años, cuyos padres se preocupan como deben por la buena educación de su hijo. Es un chico bajito y fuerte. Yo suelo llamarle A. el Magno. Este año se ha puesto gafas que le dan una pinta de estudioso. 

La amonestación se la había puesto una profesora de guardia porque más o menos textualmente "A. se había enzarzado en una discusión con R. y se habían gritado e insultado delante de toda la clase." Aunque me he resistido dos o tres semanas, al final, como tutor no me queda otro remedio, y debo hacer llegar a sus padres la falta.

Hoy le pregunté qué había pasado. "Me han castigado" --respondió. "Pobre hombre, y ¿cómo? ¿no te dejan salir?" "Sí salir sí, pero me han quitado la paga, y si quiero ir a la fiesta tengo que utilizar el dinero de mi hucha" "Ja, ja" --rompí en carcajadas. Me hizo gracia lo de la hucha. No imaginaba que estos chicos de hoy tuviesen hucha. Debe ser una excepción.

C. es otro alumno. Sus padres trabajan los dos y él no tiene supervisión en casa. Hoy venía vestido con una cazadora de imitación de piel, unos piratas de cuadros blancos y negros caídos, que dejaban ver unos calzones grises, y unos tennis imitando botas de fútbol. El pelo lo lleva normalmente en forma de cresta, engominado o cubierto con una gorra de béisbol. Últimamente se junta con los rockabilis del curso. Está en una permanente transformación diaria. Ayer venía a clase con una bufanda de esas de cuello en un día que hacía más de 25 grados de temperatura.

A él le entregué dos amonestaciones de una misma profesora. La causa: "no trae el material y se pasa la clase molestando". Es inteligente y si quiere puede. Cuando terminó el trabajo del día me recordó, mientras me lo mostraba satisfecho: "Profe este año voy a aprobar" "C., recuerda que tienes pendiente las Sociales de Primero" "Uy, profe, vamos, anda dámelo por aprobado". "Venga, venga, estudia" --le contesto defensivo.

Al poco lo veo de pie junto a S. una alumna simpática como ninguna, aunque de pocas luces, a pesar de que estudia --por supuesto según ella. Últimamente observo que C. quiere ayudar a S. a hacer los deberes, pero creo que hay un cierto flirteo. Ella se deja querer. Él comienza a empujarla, ella le responde. Siguen así unos minutos. A veces se golpean sin hacerse daño. Parecen perros jugando un poco fuerte. Le llamo y le digo en privado "C., cálmate, que estamos en otoño. ¡Qué harás cuando llegue la primavera!" Él se ríe un poco avergonzado como si hubiese descubierto su secreto.

No es extraño que con tanta hormona en circulación, a los alumnos y alumnas les cueste concentrarse. Es necesario tener paciencia, pero por su bien ellos tienen que aprender a controlarse para aprender algo, aunque sea un poco.

Pobres, ¡qué difícil lo tienen en esta sociedad hiperactiva!