¿Es posible la puntualidad en este país?
¿Es parte de la cultura española o es un problema de educación?
Yo creo que es un problema de educación que es necesario abordar con decisión. Costará, pero con constancia y firmeza se conseguirá que todos lleguemos a la hora. "¡Bah! Eso no es un problema" --dirán algunos. "Sí, sí lo es, porque se trata de mi, de tu tiempo" --respondo. Los que estén de acuerdo conmigo seguro que tendrán miles de anécdotas que contar. He aquí algunos ejemplos.
Era la cena de fin de curso. Habíamos quedado a las nueve de la noche en el restaurante. Cuando llegué a la hora prevista sólo había dos compañeros. No exagero si digo que los últimos convocados llegaron con tres cuartos de hora de retraso. Mientras, los puntuales, entre los que me honro encontrame, esperamos paciente pero erróneamente. Dudo si acudiré a la cita la próxima vez. Por supuesto a los retrasados les importaba poco su falta de respeto o que el encargado de cocina se subiera por las paredes por nuestra falta de consideración.
¿Quién no ha sido convocado a una reunión de vecinos? En la convocatoria aparece el añadido "en segunda convocatoria" para promover la impuntualidad, porque como ya tenemos experiencia de que a la primera no van a estar todos, vamos un poco pasada la hora de la segunda, por si acaso.
Hasta personas a las que se les supone la educación (y la interiorización del significado último de aquélla, que no es otro que el respeto al prójimo como medio de convivir en sociedad) como son los profesores, cuando son convocados a un Claustro o Consejo, se permiten la temeridad de hacer esperar a los puntuales para el comienzo del acto, que, absurdamente, los presidentes (entre los que me he encontrado), en vez de empezar a la hora, ruegan a los presentes esperar cinco minutos para permitir la asistencia de los impuntuales. Cuando lo normal debería ser la presencia de todos cinco minutos antes del comienzo del acto, como muestra de respeto a la presidencia que nos hace el favor de "servirnos".
Por eso, cuando en la escuela nosotros, profesores, insistimos en la puntualidad de los alumnos, estamos abocados al fracaso. Porque, ¿qué ejemplo tienen de nosotros? Ninguno. Toca el timbre de entrada y salimos de nuestros despachos o salas para llegar a unas aulas, atravesando por entre grupos de alumnos que se agolpan en los pasillos, y naturalmente remolonean para entrar. Llegamos tarde y nuestros alumnos (al contrario de lo que algunos de nosotros, cuarentones o cincuentones, hacíamos con nuestros profesores cuando íbamos a la escuela o al instituto) no nos esperan, sino que poco a poco van entrando y antes de sentarse saludan o tontean con algún amigo. Cuando estamos todos preparados para empezar han pasado ya casi diez minutos.
¿Qué hacemos entonces?
Tenía un compañero que cuando sonaba el timbre y él entraba en clase, cerraba la puerta, y alumno que no estuviese en el aula no entraba. Él era puntual y exigía puntualidad. A él le funcionaba. Él enseñaba Historia de España y conocía las teorías de Sánchez Albornoz sobre la indomabilidad del hispano sino por caudillos y mano dura.
En algunos centros se ha intentado solucionar el problema de la salida de los alumnos al pasillo entre clase y clase haciendo que el profesor se quede en el aula hasta que venga el siguiente profesor. Esta medida solucionaría un problema, el de la algarabía en los pasillos, pero no el de la puntualidad del profesor, y con ello no educaría en la puntualidad del alumno. Pensándolo mejor, la medida podría resultar, porque sacaría los colores a más de uno; pero quizás crease un problema de disculpas encadenadas: "Perdona, pero no he podido llegar antes porque el profesor que tenía que venir a la clase donde yo estaba se retrasó, así que yo me he retrasado para llegar a ésta." Aunque, por otro lado, no sé si no se atenta así contra los derechos del trabajador, obligándole a alargar su hora de trabajo permaneciendo más tiempo del debido en el aula, o contra el derecho del alumno a recibir el tiempo de enseñanza que está establecido en su horario.
Quizás, para empezar, no estaría de más, además de recordar el deber de nuestra puntualidad, sacarles los colores a los listos y listas que remolonean, y hacer de su falta de puntualidad un escarnio y algo vergonzoso. Comprendo la difícil tarea de los jefes de señalar individualemente a aquéllos o aquéllas que descaradamente repiten su remoloneo día tras día y sermón tras sermón. Pero no vale con amenazar con tomar medidas y luego no hacer nada. Porque, o uno dice y luego hace, o si no, que no diga, y entonces todos a una entonaremos el ¡Viva la Pepa! Lo que no vale es que aquéllos y aquéllas de poca vergüenza se escondan en advertencias dirigidas al común. Si se quiere curar un cuerpo hay que cortar por lo sano y limpiarlo de lo enfermo.
Mi amigo tenía razón. Se cierra la puerta y el que no esté que tome nota para la próxima vez.