miércoles, 1 de diciembre de 2010

Carpe diem

A pasar hoy por el puente de Trujillo me preguntaba si los pájaros blancos seguían aún allí. La niebla era espesísima. Apenas se podía ver sobre el agua, como en un espejo, el reflejo plateado de la tímida luz de madrugada.  Sobre el horizonte de la Sierra de Santa Bárbara se dibujaba el perfil islámico de una luna pálida dispuesta como un acogedor sillón y al lado el brillo vanidoso de Venus. Insolentes al tiempo ahí estaban aún acurrucados ofreciéndonos el color blanco de sus plumas como luces en un árbol natural de Navidad. Me imaginaba el puente, no el actual de la era industrial, elevado y resistente al paso del acero, sino el antiguo, el de piedra, bajo, envuelto por la niebla profunda, y a los antiguos placentinos del otro lado del río embozados en sus capas, dispuestos a enfrentar la labor de una nueva jornada entre las murallas. Y al igual que entonces sobre las losas de piedra, ahora se veían las huellas de las pisadas de los modernos trabajadores rompiendo el vaho de las aceras. Aún a pesar del ruido de camiones, autobuses y coches, uno podía detenerse en la belleza conjuntada de la niebla, el agua, la noche y la vida dormida en los árboles. Una imagen más que me llevo hoy. 

(Nota: He visto a un camión de Grúas Eugenio junto al Instituto. Dos operarios dirigían sus miradas a los dos depósitos cilíndricos de agua de la estación... Continuará.)

Érase una vez...

"¿Qué estarán haciendo?" Tenía de pronto la urgencia de sentirlos cerca. Le preguntó a ella "¿Cuál es su dirección?" "Calle.... Nº....", respondió. Buscó en la pantalla de su ordenador el icono de Google Earth. Pronto la esfera azul apareció sobre la ventana abierta mostrando en su centro el verde de la península Ibérica y al sur el ocre del desierto del Sáhara. En la columna lateral de la leyenda, introdujo la dirección en la pestaña Volar a, y luego pulsó el símbolo de la lupa de búsqueda. Entonces, la familiar esfera de la Tierra comenzó a girar y la imaginaria nave, atravesando el azul del océano, en el que se podían distinguir las dorsales oceánicas que como espina ampara y separa el esqueleto de placas, llegó hasta la costa verde del Nuevo Mundo. El movimiento poco a poco se fue deteniendo en el lugar indicado. Podían verse desde arriba, en un mar de verde intenso, las manchas blancas de las casas dispersas, y entre ellas dos líneas de sombra de dos carreteras que se cruzaban. Justo en el cruce se apreciaba una mancha oscura de agua que se aclaraba en sus bordes. "Ahí está el estanque". Sólo quedaba conducir el puntero del rátón al signo de ampliación que aparecía a la derecha de la pantalla. Dudó por un momento. Parecía como si, como un espía o un ladrón, violara la intimidad sagrada del objetivo de su búsqueda. Pero tenía a la vez la íntima esperanza de que el milagro se produjese; como cuando, cerrados los ojos, soplas la tarta, y piensas muy fuerte que tu deseo se cumpla. Definitivamente acercó la flecha sobre la escala de ampliación y apretó. Una, dos, tres veces. Comenzaba a distinguir los detalles de la casa: la entrada y el jardín trasero. De nuevo pulsó una, otra y otra vez. La imagen se agrandaba y se acercaba. La perspectiva iba modificándose. De la vista cenital pronto se convertiría en lateral. "Mira ahí está el garaje y ahí está el porche de lectura". Entonces, su perra melosa, acurrucada en su regazo, llamó su atención y él se volvió hacia ella. Al poco regresó a la pantalla del ordenador. En la imagen, la puerta de la casa se abrió y de ella salieron los dos perros alegres y detrás los dos. "¡Eh! ¡Hola!", gritó él desde arriba. Y ellos levantaron la vista y saludaron. Sonreían.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Brumario

Es una mañana oscura y fría de finales de noviembre. Un manto espeso de niebla cubre la Isla. Me abrigo. No hay gente en la calle y apenas la luz de algún coche rasga la madrugada. Son las siete y media. Al pasar por delante de las escaleras mecánicas de Leonor de Plantagenet, protegidas aún por las vallas metálicas, me imagino al guarda al resguardo del frío y la humedad. Más allá una señora guía apresurada a su perro hacia el descampado del parking. Al llegar al semáforo cruzo y tuerzo hacia San Francisco. Enfrente, el enorme abeto viejo y cansado aguanta. Pasado el crucero de la antigua iglesia me fijo por enésima vez en la portada barroca decorada con el cordón de tres nudos. Me comprometo a visitar en ella la anunciada exposición de pintura del Salón de Otoño antes del 13 de diciembre. La Residencia de Ancianos duerme aún. Sólo el vagabundo, que pasa la noche al refugio del muro del antiguo Hospital junto al aparcamiento, recoge sus bolsas y se dispone a sobrevivir un día más. A la altura del almacén de saneamientos Sequeira, dos perros tiran de las correas que una señora sujeta cual Ben-Hur a Antares y Aldebarán. La furgoneta de la panadería Panake’s aún no ha aparcado delante de la puerta impidiéndome el paso por la acera. Ya en la plaza de San Juan me asombro por vez primera ante la algarabía de los pájaros que se despiertan en los tres o cuatro árboles de hojas amarillentas otoñales. Los vecinos deberían hacer todo lo posible para conservarlos. Sólo rompe el silencio el tímido ronquido de un coche afortunado que ha encontrado plaza de aparcamiento y alguna ventana iluminada denuncia el inicio de otra jornada. Casi al final de la calle, frente a la puerta de una casa aislada, una joven abraza a su perro para protegerlo del frío. Llego hasta la carretera que bordea la muralla que abraza la catedral y el palacio episcopal. Me topo con el barrendero de siempre que, vestido de uniforme naranja reflectante, apaña alguna que otra hoja. No veo a la mujer que, fiel todos los días, parece regresar de su paseo rodeando el cinturón de murallas de la ciudad. Una joven mujer de la limpieza, con bata verde a rayas, limpia la entrada de la Mutua. Hoy no está la gruesa joven sentada junto a la parada del autobús de este lado del río. Tampoco veo al sufrido repartidor de periódicos siempre con prisa. Desciendo una pequeña vaguada en la rotonda de la Virgen de la Salud y subiendo hacia el puente dejo a mi izquierda los restos de muros y pilares de la sinagoga sin techo que nadie visita. En su exterior me intrigan otra vez los huecos antropomorfos excavados en la roca de granito. Acaba de entrar en la rotonda el autobús de línea Cevesa que hace la ruta Cáceres-Plasencia y a través de sus ventanas veo a un pasajero que dormita. Mientras atravieso el alto puente de Trujillo miro una mañana más a la izquierda. En uno de los árboles plantados en el río descubro los óvalos blancos de los pájaros, acurrucados como mi Surra en su cama, que aún esperan la señal de emigrar. A pesar de la oscuridad de la madrugada y del vaho de niebla que humea del río sus formas resaltan como frutas extrañas. Hoy sólo me cruzo con la madre que imagino trabajadora en alguna oficina a quien ocasionalmente acompaña su hijo adolescente. Prudente, atravieso por el paso de cebra a la acera de la Caja de Ahorros. Paso por delante del portón abierto de la empresa de reparaciones Oserpro donde los empleados se preparan para un nuevo día de descombros, alicatados, pinturas y carpinterías. Al llegar a la rotonda me fijo de nuevo en la verde fachada redonda del antiguo almacén de suministros, coronada con un enorme tondo en azulejo donde se lee “Los Tres Amigos, Marca Registrada, Pimentón, Higos y Miel”. Tuerzo y me encamino por la empinada calle que me llevará hasta el Instituto. Dejo a mi derecha el descampado agreste en las traseras del Ambulatorio, el bazar moro de la esquina y llego hasta los talleres mecánicos, primero el de cosas serias, luego el de cosas rápidas. Al final subo una pequeña escalinata y me enfrento a la vieja escuela de San Miguel donde una ventana iluminada señala la acogida y espera de unos niños dejados por unos padres trabajadores. Cuando son las ocho menos cuarto, más o menos, entro en El Cochecito y doy los buenos días. La camarera, respetuosa, me devuelve el saludo y me sirve mi café con leche, mis dos churros y mi vaso de agua. Si están libres hojeo el Hoy o el Marca o el Público, o simplemente miro en la pantalla del televisor el tiempo y los deportes. Siempre la misma gente y las mismas rutinas. Cuando van a dar las ocho recojo mi mochila gris parisina, me despido con un hasta luego y, saliendo, me encamino hacia el Instituto. Sorteo alguna furgoneta que sale del garaje de la empresa de instalación de gas y paso por entre algún grupo de alumnos que retrasan cuanto pueden el inicio de su tarea. Al llegar al puente sobre las vías abandonadas cruzo la carretera por el paso de cebra frente a los dos oxidados depósitos de agua de la estación, vestigios de viejas glorias ferroviarias y ahora soportes de graffiti publicitarios. Por fin llego al Instituto. Algún día me gustaría que el arquitecto me explicara la idea que él tenía de un centro educativo cuando diseñó el edificio. La fachada de hormigón desnudo, más que sobria, de formas adinteladas, stonehengianas, casi germanas, no invita en absoluto a entrar. Me imagino el “Arbeit macht frei” sobre el dintel. Pero eso es ya otra historia.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

In memoriam

Volverás en noviembre,
                   con las lluvias, a las mañanas
                                         ruidosas del Rossio.
                                                                        Ángel Campos


Hace ahora dos años murió mi amigo Ángel Campos Pámpano y dos ideas me rondan la cabeza.

La primera, lo absurdo de su muerte. Ángel muere a los cincuenta y un años en plena madurez creativa como reconocido poeta.

Aún recuerdo cómo, en sus visitas al despacho de Dirección, donde se sentaba en el sofá, frente al famoso tapiz de la bandera republicana, o salía a pasear a la terraza y, apoyado en el pretil, se fumaba su pitillo mientras hablábamos de lo divino y de lo humano; recuerdo digo, cómo me confesaba la premura de los plazos para editar una recopilación de sus poemas, labor detenida por la vorágine de iniciativas que como vicedirector y responsable de las actividades extraescolares del Instituto Español se imponía.

Ángel se fue en plena experiencia como maestro de jóvenes. Yo le veía, gigante, como un profesor de los de antes, ensimismado en las líneas que ha de resaltar en su lección, y me recordaba a un profesor que tuve en Preu al que se le veía cómo vivía la literatura. Su gran humanidad, de oso de peluche, la derrochaba hacia sus alumnos que se sentían estimados e importantes. Ángel como profesor, se me figura como ese arte que llega a su etapa clásica y que marca las pautas de lo que el estilo debe ser. Justo en esos momentos de vino añejo que hay que oler, paladear y degustar a pequeños sorbos, justo entonces, por un capricho innecesario del destino tiene que dejarnos. Y es que a veces, los dioses, celosos, nos roban lo mejor para quedárselo y disfrutarlo ellos, y nos dejan lo mediocre y lo peor para alejarlo de sí el mayor tiempo posible y castigarnos aún más.

Ángel se fue justo cuando más podía disfrutar de sus maravillosas hijas a las que naturalmente tanto quería. Aún recuerdo cuando me despedí de él en agosto, en el patio frente al palacio y al pie del azulejo con los versos dedicados al maestro Giner de los Ríos, premonitorios de su propio destino, cómo se enorgullecía de ellas.

Decía que había dos ideas que me rondaban estos días la cabeza. La segunda es cuál será el estado de los vestigios materiales del recuerdo de Ángel en el edificio del Instituto.

En aquel día de agosto que se despedía, mientras atravesábamos el ancho pasillo del edificio de Primaria que separa la Biblioteca del Salón de Actos y que había alojado tantas y tantas exposiciones durante el 75 Aniversario, hablábamos de que tenía que volver como invitado para leer sus poemas, y al pasar por delante de la puerta de la Biblioteca le dije que llevaría su nombre. En las conmemoraciones del Día del Libro, unos meses después de su muerte, colocamos la placa en la que sobre una pintura de su amigo Javier se lee Biblioteca Ángel Campos Pámpano. Meses después colocamos una piedra grabada con sus versos que, junto al olivo plantado en el jardín frente al palacio, le recuerda.

La "damnatio memoriae", famosa entre egipcios y romanos, puede ser activa o pasiva. Más dañina que la activa es la pasiva: el dejar que el paso del tiempo y la ignorancia borren el recuerdo. Si bien es cierto que entre nosotros se confunde muy a menudo memoria histórica con revancha, inquina y mezquindad, también lo es que estatuas y recuerdos de otras épocas escapan a la voraz limpieza del pasado.

La suerte de los buenos, de los honestos, de los benéficos es que pasan desapercibidos en esta sociedad y por ello su recuerdo se conserva bajo la pátina del musgo o del polvo.

Ángel era un hombre bueno, amigo leal y honrado defensor de los humildes. Su suerte es que allí quedan fieles amigos suyos, alumnos que siempre le recordarán, pero sobre todo su Lisboa que jamás olvida a los que la amaron.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El anónimo

Cuando hace unos días comentábamos en clase la vida en la ciudad, señalábamos entre una de sus ventajas la oportunidad que ofrece de relacionarte con personas de toda clase y condición, y, al mismo tiempo, la posibilidad de aislarte y refugiarte en la más absoluta de las soledades. Por el contrario, en la vida rural de nuestros antepasados la posibilidad de relación estaba limitada durante la mayor parte del año a los pocos vecinos que moraban en el pueblo y era muy difícil escapar a su escrutinio y control.

Pero si la vida urbana ha permitido a las personas escapar a las miradas impertinentes y a la vez ofrecerles un espacio de máxima libertad, también ha extendido una práctica antes reservada como un título honorífico a las obras literarias o artísticas de las que no se conocía el autor: el anonimato.

La palabra anónimo viene del griego ανώνυμος  (anonymous) compuesta del prefijo de negación αν- (a=sin) y la palabra όνομα (onoma= nombre), es decir "sin nombre".

Pero si hay algo que define a la persona es su nombre, porque sin él no es nada, no es nadie, no existe.

Existimos cuando nuestros padres nos dan de alta en el Registro Civil. Poco a poco nuestra madre nos distingue de sí misma llamándonos por nuestro nombre. Nuestra relación social comienza con la presentación oficial o familiar a los interlocutores. Nos sentimos considerados cuando nos reconocen por nuestro nombre, sea éste normal o raro, tradicional o moderno. Y hasta en la lápida de piedra nuestro nombre permanecerá más allá del recuerdo de los nuestros.

El nombre tiene algo de mágico, o al menos lo tenía en la antigüedad. Hay nombres bíblicos que recuerdan el cumplimiento de una profecía, como Isaac, "el que ríe", en recuerdo de la risa de Sara al oir la promesa de ser madre. A veces un nombre como Belén, "casa de pan", se convierte en fiel realización de un significado. Pablo procede del latín paulus, que significa pequeño, humilde; pero qué grandes son los Pablos.  Los orígenes son tantos cuantas culturas: el griego Teodoro, "regalo de Dios", anticuado pero lleno de significado; el vasco Javier, "el que vive en casa nueva"; o el germano Fernando, "guerrero audaz".

El anónimo no quiere existir. No quiere salir a la luz. Se esconde. ¡Qué contraste con Fernando!

Mientras estudiaba en Historia de la Lengua Inglesa los préstamos recibidos por el inglés de otras lenguas, me topé con la palabra coward, cobarde, y llamó mi atención por la relación que su explicación tenía con mi fiel y leal perra Surra.

La palabra coward procede del francés couard (también predecesora del término castellano cobarde). El origen se remonta al francés medieval coart, y ésta vendría de coue, del latín cauda (castellano cola), y que haría alusión a la cola del perro y del lobo que la esconden entre las patas para mostrar sumisión y miedo, o sea, cuando "sienten cobardía".

Mi perra Surra, por algún atávico miedo, esconde su cola entre las patas cuando escucha los truenos o los petardos de Fin de Año, pero jamás compararía mi perra con la persona que no esconde la cola sino su propia dignidad en la impunidad de la palabra anónimo, sin nombre.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Puntualidad


¿Es posible la puntualidad en este país?

¿Es parte de la cultura española o es un problema de educación?

Yo creo que es un problema de educación que es necesario abordar con decisión. Costará, pero con constancia y firmeza se conseguirá que todos lleguemos a la hora. "¡Bah! Eso no es un problema" --dirán algunos. "Sí, sí lo es, porque se trata de mi, de tu tiempo" --respondo. Los que estén de acuerdo conmigo seguro que tendrán miles de anécdotas que contar. He aquí algunos ejemplos.

Era la cena de fin de curso. Habíamos quedado a las nueve de la noche en el restaurante. Cuando llegué a la hora prevista sólo había dos compañeros. No exagero si digo que los últimos convocados llegaron con tres cuartos de hora de retraso. Mientras, los puntuales, entre los que me honro encontrame, esperamos paciente pero erróneamente. Dudo si acudiré a la cita la próxima vez. Por supuesto a los retrasados les importaba poco su falta de respeto o que el encargado de cocina se subiera por las paredes por nuestra falta de consideración.

¿Quién no ha sido convocado a una reunión de vecinos? En la convocatoria aparece el añadido "en segunda convocatoria" para promover la impuntualidad, porque como ya tenemos experiencia de que a la primera no van a estar todos, vamos un poco pasada la hora de la segunda, por si acaso.

Hasta personas a las que se les supone la educación (y la interiorización del significado último de aquélla, que no es otro que el respeto al prójimo como medio de convivir en sociedad) como son los profesores, cuando son convocados a un Claustro o Consejo, se permiten la temeridad de hacer esperar a los puntuales para el comienzo del acto, que, absurdamente, los presidentes (entre los que me he encontrado), en vez de empezar a la hora, ruegan a los presentes esperar cinco minutos para permitir la asistencia de los impuntuales. Cuando lo normal debería ser la presencia de todos cinco minutos antes del comienzo del acto, como muestra de respeto a la presidencia que nos hace el favor de "servirnos".

Por eso, cuando en la escuela nosotros, profesores, insistimos en la puntualidad de los alumnos, estamos abocados al fracaso. Porque, ¿qué ejemplo tienen de nosotros? Ninguno. Toca el timbre de entrada y salimos de nuestros despachos o salas para llegar a unas aulas, atravesando por entre grupos de alumnos que se agolpan en los pasillos, y naturalmente remolonean para entrar. Llegamos tarde y nuestros alumnos (al contrario de lo que algunos de nosotros, cuarentones o cincuentones, hacíamos con nuestros profesores cuando íbamos a la escuela o al instituto) no nos esperan, sino que poco a poco van entrando y antes de sentarse saludan o tontean con algún amigo. Cuando estamos todos preparados para empezar han pasado ya casi diez minutos.

¿Qué hacemos entonces?

Tenía un compañero que cuando sonaba el timbre y él entraba en clase, cerraba la puerta, y alumno que no estuviese en el aula no entraba. Él era puntual y exigía puntualidad. A él le funcionaba. Él enseñaba Historia de España y conocía las teorías de Sánchez Albornoz sobre la indomabilidad del hispano sino por caudillos y mano dura.

En algunos centros se ha intentado solucionar el problema de la salida de los alumnos al pasillo entre clase y clase haciendo que el profesor se quede en el aula hasta que venga el siguiente profesor. Esta medida solucionaría un problema, el de la algarabía en los pasillos, pero no el de la puntualidad del profesor, y con ello no educaría en la puntualidad del alumno. Pensándolo mejor, la medida podría resultar, porque sacaría los colores a más de uno; pero quizás crease un problema de disculpas encadenadas: "Perdona, pero no he podido llegar antes porque el profesor que tenía que venir a la clase donde yo estaba se retrasó, así que yo me he retrasado para llegar a ésta." Aunque, por otro lado, no sé si no se atenta así contra los derechos del trabajador, obligándole a alargar su hora de trabajo permaneciendo más tiempo del debido en el aula, o contra el derecho del alumno a recibir el tiempo de enseñanza que está establecido en su horario.

Quizás, para empezar, no estaría de más, además de recordar el deber de nuestra puntualidad, sacarles los colores a los listos y listas que remolonean, y hacer de su falta de puntualidad un escarnio y algo vergonzoso. Comprendo la difícil tarea de los jefes de señalar individualemente a aquéllos o aquéllas que descaradamente repiten su remoloneo día tras día y sermón tras sermón. Pero no vale con amenazar con tomar medidas y luego no hacer nada. Porque, o uno dice y luego hace, o si no, que no diga, y entonces todos a una entonaremos el ¡Viva la Pepa! Lo que no vale es que aquéllos y aquéllas de poca vergüenza se escondan en advertencias dirigidas al común. Si se quiere curar un cuerpo hay que cortar por lo sano y limpiarlo de lo enfermo. 

Mi amigo tenía razón. Se cierra la puerta y el que no esté que tome nota para la próxima vez.

viernes, 5 de noviembre de 2010

La pérdida ...

A... es un chico de 15 años. Es un alumno con dificultades. Le cuesta memorizar y razonar, pero este curso ha experimentado un profundo cambio. El curso pasado era frecuente verlo en el "aula de convivencia", así llamada el aula de castigo y arrepentimiento. Sin embargo este año se le ve maduro, serio, lleno de energía (juega al fútbol y liga un montón). Le hemos colocado en las primeras filas porque quiere aprovechar: sigue atento la lección, realiza las actividades encomendadas y sus deberes son un ejemplo de pulcritud.

Pero hoy cuando he entrado en clase estaba muy triste. Le he preguntado qué le pasaba y no me ha querido contestar. Por fin su compañera de al lado ha dicho que alguien le había robado la tarjeta de memoria del móvil. Le podía haber dicho que la culpa la tenía él por haber traído el móvil a la escuela pero no lo hice. Le pregunté si tenía sospecha de quién había podido ser. Un compañero de las últimas filas declaró que él no había sido y que para demostrárselo el lunes le iba a comprar una nueva. Pero A... seguía inconsolable. Por fin me habló y me dijo que no era la tarjeta para las llamadas la que le habían quitado sino la tarjeta de fotos y que en ella tenía las fotos de su abuela. Eso me llegó al alma. Solemnemente me dirigí a toda la clase y les dije que aquél que hubiese sido que la devolviese de forma anónima, entregándola al J. E. y diciendo que se la había encontrado o incluso que me la entregase a mí que yo mantendría el secreto. 

No sé si aparecerá, pero me temo que no. 

Pero A... se sentía abatido, como si le hubiesen robado parte de su dignidad. Habían violado su espacio, habían pasado esa fina línea que separa nuestra identidad del resto. Su profunda tristeza me conmovió. A nosotros mayores esa violación de nuestra identidad quizás nos hubiera hecho rebelarnos, gritar, resistir, atacar, pero A... parecía que no entendía esa violencia que humilla, que rompe la inocencia, que te hace cínico y mayor. 

A partir de ahora A...  será otra persona. 

Me gustaría decirle que en este mundo, en medio de tanto estiércol, aún quedan flores.

martes, 2 de noviembre de 2010

La edad de la inocencia


Hoy en tutoría mis alumnos tenían que responder a una encuesta sobre sus expectativas basada en tres aspectos.

El primero era ¿qué es lo que te motiva a estudiar? Tenían que valorar de 1 a 5 una serie de respuestas posibles, dependiendo del grado de importancia que le diesen. Pues bien entre las respuestas posibles la mayoría de ellos eligió  no la opción de ampliar los conocimientos, o conseguir una buena carrera, u obtener un buen trabajo, sino una que me sorprendió: agradar a los padres.

Ahí los tienes, sorteando día a día la amenaza de amonestaciones, porque, encerrados en aulas, en las que las mesas (blancas para más desgracia) están sujetas al suelo, se vuelven para hablar con el compañero que les chincha, se levantan de su sitio, se pasan secretos en trozos de hoja, se arrojan alguna bola de papel, o se espatarran, imposibles de mantenerse quietos cincuenta largos e interminables minutos "amarrados al duro banco" como diría Góngora, escuchando o aburriéndose con características, historias pasadas o teorías que contradicen una realidad cruda que viven a diario.

Y, sin embargo, se preocupan por llevarles una alegría a sus padres.

Aún cuando son conscientes de sus limitaciones, pues, en el segundo apartado de la encuesta, cuando se les pide que valoren la mayor dificultad que tienen para el estudio, contestan mayoritariamente que es la falta de concentración y atención en clase, la memorización de contenidos o la dificultad de hacer amigos.

Y cuando por último se les pregunta que valoren los problemas que más les preocupan, no hay problemas que les preocupen, y no son las drogas, el alcohol o el tabaco, como un mayor podría pensar, sino, si acaso, y en un grado mínimo, como una alumna declaraba, la muerte (quízás condicionada por las fechas de comienzos de noviembre) o la dieta ¿?

Les importa no decepcionar a sus padres.

"Profe --me dice una alumna--, mi madre se llevó un disgusto con el 4,8". "Pero, ¡si está muy bien! Y recuerda que, si sigues trabajando como hasta ahora, el 4,8 será un 5." --le contesto, sabiendo que el 4,8 está hinchado, aún más después de decirles "lo más importante" para el examen.

"P..., no te olvides de decirle a tu madre lo de las dos amonestaciones" "Sí, sí, profe, lo haré" "Piensa que si te ponen otra te expulsan" P... me mira y comprensiva me promete que se lo dirá a su madre. Pero, por otro lado, no quiere decepcionar y disgustar a su madre, que según ella es una "cansina" porque siempre le está diciendo lo mismo: que estudie.

La edad de la inocencia, del sentimiento puro, de la amistad, de la generosidad, del compañerismo, pero también de la necesidad del cariño de los padres.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Análisis del discurso

Ya basta.

Antes de dormir y antes de levantarme me gusta escuchar la radio. Pues bien, me es difícil encontrar la emisora adecuada. Si voy a Ondacero me encuentro con un cabreado locutor que tiene tirria personal al Presidente del Gobierno, si voy a Radio Nacional me topo con una información demasiado aséptica y excesivamente de guante blanco, y si me voy a la Ser me encuentro con los resentimientos inveterados hacia el PP por culpa del Aznar.

Ayer antes de levantarme sintonicé la Ser. "A Rajoy (líder del PP) le gustan las medidas de Cameron" (Primer Ministro británico). El locutor resume una entrevista que le hace El País a Mariano Rajoy. De la noticia de la Ser uno sobreentiende los recortes y despidos de funcionarios que se han propuesto en Gran Bretaña. El objetivo de la noticia: crear en el público el miedo a Rajoy.

Compro el periódico El País y leo la entrevista. Lo primero que me llama la antención son las fotos de Rajoy. En una aparece en el umbral de la puerta, ni dentro ni fuera, como un gallego, pero quizás la intención del periodista es recalcar la indecisión o falta de propuestas que le achacan a Rajoy. En otra aparece Rajoy bajo una ventana de ojo de buey, con lo cual detrás de su cabeza aparece el círculo de la ventana como si se tratase de un halo de santidad. ¿Qué quiere decir?

Repaso la entrevista y Rajoy recalca una y otra vez la palabra austeridad, que lo que hay que hacer es recortar el gasto, pero no en Educación, ni en Sanidad, sino en todos los gastos superfluos de duplicidad de administraciones.

Luego en las noticias de la televisión del mediodía, Rubalcaba dice que Rajoy en realidad no quiere decir lo que hará porque tiene un programa oculto de recorte de programas sociales.

Mi dilema es el siguiente: no puedo votar a la derecha, por vísceras, aún sabiendo que, si llegan al poder, van a hacer una cirurgía en la administración y van a recortar el gasto inútil o simplemente gasto. Pero tampoco quiero votar al PSOE porque han permitido la enorme deuda del Estado, siguen despilfarrando y no se dan por enterados de dónde hay que recortar. Los socialistas tienen creado tal tejido de interesados que no son capaces de romper cordones umbilicales que les dan votos.

Voy a buscar alternativas de honestidad y seriedad.

Yo estoy dispuesto a contribuir para ayudar a parados que se formen y busquen empleo. No quiero contribuir para gastos de representación, dietas, y subvenciones a asociaciones que se han multiplicado como hongos.  

viernes, 29 de octubre de 2010

"Ni nos doblaron..."

Sobre la pizarra: Marcelino Camacho y CCOO. 20 líneas.

Eso es lo que escribí esta mañana cuando entré en el aula de 1º de Bachillerato.

Ayer habíamos tenido un examen sobre El Antiguo Régimen y la Revolución Industrial. Esta semana acabamos el tema de las Revoluciones Americana y Francesa. Esta madrugada había muerto Marcelino Camacho, líder de CCOO durante la etapa de la Transición democrática en España. Parecía como si el destino hubiese decidido que Marcelino muriese en el momento en que, de acuerdo con el programa, se explican los primeros movimientos de liberación del ser humano de la época contemporánea.

El mejor y más apropiado homenaje que le podían hacer los nietos de la generación de Marcelino, 92 años, era conocer lo que fue y lo que hizo por ellos, luchando durante toda su vida por los derechos de los obreros y de los pobres de la Tierra. 

Marta fue la primera alumna que me envió por email su investigación. "En 1935 se afilió al Partido Comunista de España y posteriormente a la UGT..." Enseguida me di cuenta. Yo quería que se fijaran en el héroe y les pregunté cuándo había nacido. En 1918 me dijeron. Entonces, en 1935, cuando se comprometió a luchar por los proletarios, tenía 17 años, casi los mismos años que tienen mis alumnos. Un año después, a sus 18 años, en 1936, cuando estalló la Guerra Civil, Marcelino "junto a otros ferroviarios cortó las vías del tren para impedir el avance fascista. Cruzó andando la sierra madrileña para unirse al bando republicano..."

La mayor parte se detenía en 1944 cuando se exilió en Orán, Argelia. Se les había olvidado mencionar el tiempo que estuvo encarcelado en Carabanchel desde 1967 hasta 1976, cuando salió diciendo: «ni nos doblaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar».

Creo que este es el mejor homenaje que le he podido hacer a un hombre honesto, generoso y comprometido con sus ideas. Descanse en paz. 

Venite ac capite!

¡Venid y probadlo!

No creo que haya en este mundo una experiencia humana más placentera y más generalmente aceptada que el recuerdo de los guisos de la propia madre. Estoy convencido de que si le pidiésemos a cualquiera que nos hablase de los platos que cocinaba su madre, notaríamos de repente una transformación del semblante de nuestro interlocutor hacia un estado de beatitud más propio de ángeles que de hombres. Porque despertaríamos en él el recuerdo de todos los sentidos. Asistiríamos a su inmediata secreción papilar (como si de un experimento pavloviano se tratase), para regustar el sabor indeleble en la memoria. Resurgiría en él el recuerdo del olor persistente que impregnaba toda la casa cuando puntual regresaba de la escuela o de corretear por la calle. Tendría de nuevo a la vista los vívidos colores de cocidos y fritos imposibles de plasmar ni siquiera por un Tiziano. Evocaría en las mucosas de su boca las innúmeras texturas sólo posibles de lograr con la paciencia de fuego lento de una madre. Y, en fin, volvería a escuchar el sonido de sorbos, chasquidos, y los callados y glotones murmullos de placer.

A pesar del paso del tiempo, y de haber experimentado los platos de otros o creado los tuyos propios, siempre, siempre, en tu recuerdo quedará el sabor de los guisos de tu madre.

Y en consecuencia, en la memoria de mis hijos están impregnadas y guardadas, para saltar como resortes, todas las sensaciones anteriores. En mi familia, mi esposa ha creado su propia carta de guisos, y mis hijos, ahora crecidos, cuando nos visitan, le piden sus platos favoritos, aquellos que de niños fueron entrando en el desván de sus memorias.

Esos platos también han hecho mella en mi casi sexagenario trastero de sensaciones. Y, poco a poco, he ido clasificando en mi archivo de sabores, aquellos que me sugieren recuerdos de infancia o aquellos que despiertan el sabor de nuestro propio hogar, el que mi esposa ha creado paso a paso, verso a verso en el diario vivir de nuestra familia. 

"¿Qué quieres para comer mañana?" --me preguntó mi esposa cuando nos íbamos a acostar. "Tengo pollo en el congelador" --añadió. "Bueno, entonces me gustaría ese pollo con caldo que haces". "¿Chicken in the pot?" "Sí, ese".

Cuando al mediodía siguiente, después de una agotadora jornada, con un curso que vale por tres a la vez, llegué a casa, enseguida percibí el aroma del plato que me aguardaba. Mientras esperaba que terminase de cocer el arroz que lo acompañaría, sentado en la mesa de la cocina y comentando mi jornada, me serví un vaso de vino que acompañé con un taco de queso, un trozo del cual compartí con mi leal Surra.

La receta es sencilla: limpiado y troceado el pollo, se coloca en una sartén acompañado de una cebolla picada y aceite. Cuando está dorado, se coloca todo en una cazuela, se cubre de agua, se sazona de sal y pimienta, y se pone a hervir. Al cabo de dos horas el guiso está hecho. Se acompaña con algún vegetal y con arroz. Yo sugiero que a mano se tenga un buen trozo de pan de barra para mojar el caldo. Está para chuparse los dedos.

El pollo al cazador, las albóndigas rehogadas en vino, el espagueti, el stew con dumplings, el atún con pasta y bechamel al horno, o el pollo a la cacerola, como el que aquí alabo, forman parte de nuestra cultura familiar. Porque no es nada fácil conseguir ese olor especial en cada hogar, olor que hace historia, aunque pequeña, pero historia al fin y al cabo. Hacen falta horas de cocción a fuego lento, día tras día, para conseguir el sello inconfundible en la memoria histórica de los hijos y quizás de los nietos.

martes, 26 de octubre de 2010

Pájaros sin libertad

Tiene 14 años. Es un chico inquieto, pero noble. Necesita que le prestes atención. Te toca, te hace cosquillas. Intenta llamar tu atención tocándote el hombro y a la vez quitándote el bolígrafo del bolsillo de la camisa. Al verle, de aspecto descuidado, cabizbajo, rendido (le he anunciado que le han puesto otra amonestación, y ya van seis), uno tiene la sensación de que en el fondo piensa que, haga lo que haga, los profesores le tienen entre ceja y ceja y nunca podrá salir del hoyo. 

Me pregunta si tengo pájaros de compañia. Le digo que no, que tuve uno pero que se me murió, que ahora tengo una perrina. Me cuenta que él tiene dos rotweiler y un pitbull. "Te doy cien euros si te acercas a él" --me desafía. Le digo que tenga cuidado, que mira lo que ha pasado en Galicia, donde un pitbull, encerrado en una jaula, destrozó a un niño descuidado por sus abuelos, que se acercó demasiado. "Lo tengo sujeto por una cadena así de gorda" -- me indica con las manos.
Él sigue un programa educativo especial, igual que el que seguía el curso pasado, con los mismos contenidos, que repite y repite ya sin interés. Para él las partes de la Tierra no tienen sentido, ni prerromanos, ni griegos, romanos o visigodos.

Hoy, cuando yo estaba en el ordenador del profesor repasando faltas de asistencia, y mientras unos alumnos estudiaban o intentaban estudiar para el examen, y otros hacían una práctica de tutoría sobre el empleo de su tiempo a lo largo del día, se me ha acercado y me ha dicho que quería enseñarme algo. Un poco reacio, he aceptado.

Directamente ha ido a Google y ha escrito la palabra jilgueros. En la pantalla han aparecido imágenes de variedades de jilguero. Ha querido ponerme uno como pantalla de ordenador y me ha pedido que eligiera uno.

He descubierto que le apasionan los pájaros. Se conoce los nombres de canarios, petirrojos, verdillos, y qué se yo cuántos más.

Le he pedido que me copiara varias imágenes a mi carpeta de profesor. Me ha ido mostrando uno a uno si me gustaban. He elegido unos cuantos.

Por un momento, al ver las imágenes, he sentido, tras la apariencia de chico duro, curtido, de aseo descuidado, pero de pendiente de brillante en la oreja y anillo de oro en la mano, la fragilidad de A. L., una fragilidad como la de los pájaros, ante los que sus ojos se abrían admirados, protectores y tiernos.

Y yo me digo que, si el chico tiene esa sensibilidad hacia la belleza y delicadeza de los pájaros, no debe ser tan malo el lobo como lo pintan.

sábado, 23 de octubre de 2010

Un día de otoño

No sé que tienen las estaciones que te predisponen a hacer determinadas cosas. Uno nota que ha cambiado la estación cuando por la mañana, al salir de casa para ir al trabajo, aún no ha amanecido y empiezas a sentir la necesidad de ponerte más ropa. Poco a poco la naturaleza te aconseja refugiarte en el hogar y acomodarte a disfrutar de lo que la cueva te ofrece: el calor acogedor de mantas y colchas de tonos verdes y púrpuras, una siesta bajo el viejo edredón o la manta suave después de comer, una lectura de tu novela preferida en el sofá, una labor de costura que tu esposa paciente está a punto de terminar, el mirar juntos otra vez más una serie de la BBC sobre Jane Austen, o cocinar platos cálidos de esos de mojar el pan de pueblo. Y todo ello acompañado de la perra, que espera paciente una recompensa a su lealtad o se acurruca a tu lado esperando tu caricia.

Hoy hemos preparado unas Fabes con almejas. Tenía pensado comprar verdaderas fabes asturianas, de esas gordas, pero me olvidé y anoche tuve que poner a remojo cinco puñados de judías blancas que guardaba en la despensa. Hoy por la mañana, después de desayunar torrijas y churros, compramos 300 gramos de almejas. Cuando llegué a casa las puse en remojo durante una hora para que se limpiaran. Luego escurrí las judías y las puse al fuego cubiertas de agua y con media cebolla entera. Cuando empezó a hervir le eché un chorro de agua como mandaba la receta. Luego hice un sofrito con un tomate, la otra media cebolla, dos dientes de ajo y un pimiento verde, todo ello picado. Cuando estuvo hecho el sofrito eché las almejas y mezclé todo. Esperé y cuando estuvieron hechas las judías, cuidando de que quedaran caldosas, les eché la mezcla de sofrito y almejas y lo dejé todo hervir 15 minutos para que tomara sabor. Confieso que pequé: les eché una pizca de guindilla y una pizca de pimentón de la Vera. El resultado es el que aparece en las fotos.


Cuando me levanté de una siesta tardía, supe que había llamado mi hija. Mientras nos preparábamos para ir a la iglesia, mi esposa me habló de los proyectos de hogar de B. y A. Nos enternecía la ilusión que estaban poniendo los dos en crear su propia cueva.

Mientras sufríamos una misa atípica de alboroto, por al menos cuatro bautizos a la vez, le sugerí a J. que quería hacer una tortilla de patatas. Me preguntó si había patatas en casa. Decidimos pasar por el supermercado y comprarlas. Cuando llegamos a casa, la perra saltaba como lo hace siempre pero quizás oliese mis planes y se dispuso a esperar.

Y he aquí el resultado de esta hermosa cena que precede una velada donde veremos el segundo capítulo de "The Woman in White" en versión de la BBC, con un Sir Percival Glyde de apariencia bonachona pero tras la que se esconde letra pequeña. Bon apetit.
  
    

Carthago delenda est


En esta semana ha habido cambio de gobierno.

No sé, pero percibo en el ciudadano un cansancio, una resignación, y hasta un reconocimiento de la bondad de las medidas de austeridad del gobierno. El público se olvida de que esas medidas son la consecuencia de una mala gestión de los presupuestos. 

Sabemos que las cosas de la economía van mal desde al menos el 2008. En mayo de 2010, como una Bella Durmiente recién despertada por el beso de un maldito príncipe, el Presidente dice que no hay dinero y que muy a pesar suyo tiene que tomar medidas. Hasta entonces el gobierno central y los autonómicos han seguido gastando por encima de sus posibilidades en partidas que se podían haber ahorrado: cursos, estudios, proyectos, premios... 

No hay dinero, pero luego van y lo despilfarran. 

¿Alguien entiende esto? Esto es de locos.

Para mí está claro. Si no hay dinero, pues no hay dinero. Pero parece que para el gobierno está bien recortar los sueldos a los funcionarios y al mismo tiempo, por ejemplo, seguir convocando cursos para que esos funcionarios se perfeccionen. Mire usted, si usted tiene superavit, fenomenal, adelante, invierta en todos los perfeccionamientos que quiera, pero si usted tiene déficit, recorte de lo superfluo. Yo, si quiero perfeccionarme, lo haré si dispongo de dinero propio ahorrado, o no me perfecciono en estos momentos. Y si quiero aprender un idioma, por ejemplo, pues, o lo hago por mi cuenta, o espero a momentos de bonanza presupuestaria. 

Una familia sabe cuáles son sus ingresos y cuáles son sus gastos y sabe hasta dónde puede endeudarse. Pues, al parecer, nuestro gobierno no lo sabía. Cabezas tan sesudas no sabían que hay un límite al endeudamiento, pasado el cual uno va a la ruina. La solución del gobierno: ¿reducir lo superfluo, los gastos de dietas, congresos, etc.? No, la solución es reducir los sueldos y congelar las pensiones. ¡Toma ya! ¡Eso es todo lo que saben! Eso también lo sé hacer yo. Para eso no hace falta ir a la Facultad.

Pero ¿no será que hacen lo que hacen porque nos conocen ya de sobra, que no nos movemos, que aguntamos todo lo que nos echen? ¿Qué está pasando en Valencia? Políticos del PP acusados de corruptelas sin cuento y las encuestas siguen reflejando mayoría del PP. Esto es para ir a m... y no echar ni gota.

En la antigua Roma un senador, Catón el Viejo, hacia el 150 a. C., para recordar a sus conciudadanos del peligro que Cartago suponía para los intereses de Roma, finalizaba todos y cada uno de sus discursos en el Senado con estas palabras: "Carthago delenda est" (Cartago debe ser destruida). Al final, en el 144 a.C., Cartago ardía en llamas. Los romanos no olvidaron.

El día 15 de febrero de 1898, una explosión destruía el crucero acorazado Maine y de los 355 tripulantes morían 254 marineros y 2 oficiales. La prensa sensacionalista americana acusaba a España de haber causado la explosión. Un periodista que estaba en un bar de Broadway, en Nueva York, vio cómo el dueño levantaba su vaso y proponía un brindis diciendo: "Gentlemen, remember the Maine!" ("Señores, recuerden el Maine"). El periodista relató el suceso y a partir de ahí Estados Unidos tuvo un nuevo eslogan: "Remember the Maine". Sin entrar en cuál fue la verdad sobre el Maine, Cuba ardió en llamas. Los americanos ciertamente no olvidaron.


En esta cultura de lo políticamente correcto y del respeto mal entendido, tragamos, olvidamos o recurrimos al manido "¡Y qué le vamos a hacer!". Candidatos a líderes de instituciones, consideradas faros de valores de toda la vida para una sociedad, no paran en mientes hasta conseguir sus propósitos. Se saltan a la torera democracias y éticas y como zorros se amparan en influencias y en interpretaciones al gusto de leyes bien intencionadas. El problema es que los dirigidos lo saben y unos lo justifican y los más lo callan.

En Roma los Catilinas corruptos eran aislados y deshonrados. En nuestro país son aplaudidos y admirados.

A la vista de lo que ocurre en Francia, comparándonos con nuestros vecinos gabachos, nosotros somos escoria moral. Eso sí, en bares y a gritos protestamos contra el poder, pero si el poder se presenta ante nosotros somos babosas indecentes y serviles.

Los "Carthago delenda est" o los "Remember the Maine" a nosotros nos resbalan. ¿Qué es necesario que nos hagan para que nos levantemos del barro y recuperemos una pizca de dignidad?

viernes, 22 de octubre de 2010

Casi "Bacalhau à João do grão"


El sábado pasado preparamos un plato portugués muy sencillo "bacalhau com grão", o bacalao con garbanzos. La receta la tomamos de un libro portugués. La verdad es que incluía ingredientes que no recordábamos haber visto en los platos que probamos en el restaurante A Águia o en O Carvoeiro en Algés. El bacalhau com grão se presentaba exclusivamente con el bacalao, los garbanzos, la patata cocida y uno o dos dientes de ajo. Después de haberlo hecho descubrí en Internet la receta que se correspondía con lo que habíamos comido en Portugal:"Bacalhau à João do grão".

La receta es muy sencilla. Compramos bacalao seco y una vez cortado en trozos los dejamos en agua durante cuarenta y ocho horas para desalarlo. La noche anterior a cocinarlo dejamos a remojo los garbanzos. Unas dos horas antes de comer puse la cazuela con agua al fuego. Cuando empezó a hervir puse los garbanzos (cuatro puñados para dos personas y dos días), le añadí sal y los dejé cocer. A la hora probé si estaban cocidos. No sé si los dejé un poco más pero estaban ya cocidos. Luego hice un sofrito con cebolla picada y tomate. Al mismo tiempo cocí dos huevos. Una media hora antes de comer puse a calentar agua y cuando empezó a hervir puse a cocer dos patatas enteras peladas. A los diez minutos puse en la misma cazuela hirviendo los trozos de bacalao. Cuando se cumplíó la media hora, en otra cazuela al fuego mezclé el sofrito y los garbanzos escurridos. Para servir, en una fuente puse el bacalao previamente secado sobre papel de cocina, las patatas cocidas, y la mezcla de sofrito y garbanzos, sobre los que espolvoreé los huevos que previamente había picado.

El resultado puede verse en la foto. Siento que no hayáis estado a la mesa. Lo hubiérais disfrutado igual que nosotros. Mañana, sábado, voy a hacer Fabes con almejas. No hace falta que lo digáis, seguro que nos aprovechará. Bon apetit.

sábado, 16 de octubre de 2010

Educación sentimental... (y sigue)

El niño bien educado
El niño mal educado

El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender (Montaigne)

"La ... es peligrosa. El año pasado le rompió tres dientes a su padre y amenazó a ... con tirarle a la vía del tren si se ponía en su camino." Esto se decía sobre una alumna en una reunión de profesores.

"Este alumno se queja de que un profesor le ha llamado ... y él se ha sentido ofendido" advertía el tutor.

Considero éstas afirmaciones como verdaderas:

Que la escuela es uno de los pocos reductos que le quedan a esta sociedad para enseñar los valores de respeto a la dignidad del hombre.

Que cuando el profesor pierde el respeto a un alumno ha perdido su autoridad moral para hacer realidad la verdad anterior.

domingo, 3 de octubre de 2010

¡Qué alegría cuando me dijeron...!

Cuando avistamos la iglesia vimos que las verjas de la entrada estaban abiertas. Era extraño, pues desde que construyeron la rampa de acceso lateral suelen estar cerradas. Al aproximarnos a la entrada, observé al "pobre" oficial sentado en el poyo delante de la fachada. No era conocido. Nos saludó al entrar como si fuese requisito para recibir alguna limosna. Cuando atravesamos el umbral oímos un fuerte murmullo que venía del interior y que denunciaba que se estaba celebrando alguna ceremonia extraordinaria. Cuando entramos vimos que, al fondo de la nave, junto al sagrario, se agolpaba, de pie, un numeroso grupo, mientras otros invitados ocupaban casi la mitad de los asientos de la pequeña iglesia. Era una congregación más numerosa de lo habitual en esos casos. Por las oraciones del sacerdote supimos que se trataba de dos bautizos simultáneos. Pero aquello tenía poco de la ceremonia religiosa de un ritual que exige un mínimo de silencio y participación. Aquello semejaba más a una lonja de mercado donde se apalabraban tratos de venta de alguna cabeza de ganado o de alguna partida de productos recién llegada.

A la hora prevista, las siete de la tarde, comenzó la misa. Lo que hubiera sido una ceremonia normal, con apenas treinta fieles, la mayoría ancianos, cantando los dos o tres cantos de siempre, y dando la paz a los de siempre, en este caso no lo era.

Esta misa estaba "animada" con el constante murmullo de unos forzados concurrentes de un día, y por los inocentes berridos de uno de los bautizados, quien seguro hubiera aguantado una ceremonia normal, donde la voz monótona del oficiante le habría conducido al sueño, pero que ahora el persistente murmullo general, obligando al oficiante a levantar la voz, le impedía la mínima paz para cerrar los ojos y olvidarse de un mundo al que parecía que no había pedido venir.

Llegados a las lecturas, apenas me acuerdo de la primera, una profecía del Antiguo Testamento reclamando justicia contra el malvado y satisfacción para el justo. Como era de esperar, el sermón del buen cura rozaba muy de lejos las lecturas, así que pronto me encontré observando a la concurrencia. Desde nuestra posición habitual en uno de los bancos laterales podía ver los rostros de perfil de los demás fieles. Por su actitud se hubiera dicho que todos estaban embelesados, o bien con el carisma del buen sacerdote, o con lo que predicaba. Pero tanto lo uno como lo otro era imposible. El buen sacerdote no hacía otra cosa que repetir el sermón de siempre. Quizás fuese ese su truco. Como si se tratase de una hipnosis, quizás había encontrado el modo de mantener a su público atento a base de repetir siempre lo mismo. Pero mucho me temía que tampoco este era el caso.

Lo más probable es que cada uno estuviese pensando en algo que no tenía nada que ver con lo que el cura decía. Si alguien hubiese podido fotografiar los pensamientos de cada uno de nosotros confirmaría lo de "cada loco con su tema" de la canción. Una anciana señora se miraba su mano artrítica y quizás se lamentaba en silencio de su dolor, o se prometía una visita al médico para contestarle la receta que le había mandado. Aquella otra más joven, que pertenecía a uno de los grupos del bautizo, entrada en carnes, sentada con las piernas cruzadas, apenas cubiertas por un vestido de falso encaje transparente, quizás pensaba que aún era atractiva y que su marido podía aún lucirla. Éste, distraído examinándose un callo de la mano, se preguntaba qué estaba haciendo allí cuando bien podía estar con la jamona de su mujer dándole provecho a la tarde. Aquella de más acá quizás pensaba en lo que tenía que poner de cena, quizás en qué pondrían en la tele esa noche...

O quizás todo tenía una explicación más sencilla. Aquella media hora en la iglesia era el único momento de la semana donde uno podía evadirse del ruido de la vida, ruido que no permitía concentrarse en aquellos sencillos pensamientos y preocupaciones individuales. Allí en la penumbra de la iglesia, cobijado bajo las bóvedas, afirmado por las columnas de piedra, colocadas en orden, arrullado por los habituales cantos, glorias, credos y padrenuestros, e hipnotizado por la voz familiar del cura, allí cada uno de nosotros podía pensar, soñar, hacer planes y, por qué no, orar. Fuera sería imposible: el trabajo de la mañana, en el hogar o en la empresa, las noticias del mediodía sobre golpes de estado, crisis, desempleo, accidentes de tráfico, las telenovelas de la tarde, y las series de la noche, todo eso apenas dejaba tiempo para la meditación en los pequeños problemas de cada uno. Media hora en la iglesia bastaba.

Pero el problema es cuando ni siquiera te dejaban disfrutar de esa media hora y la calle invadía ese oasis de paz en medio de la colina de Santa Elena.

viernes, 1 de octubre de 2010

La educación sentimental


Hace unos días entregué una amonestación a A., un chico de mi grupo, sanote, de trece años, cuyos padres se preocupan como deben por la buena educación de su hijo. Es un chico bajito y fuerte. Yo suelo llamarle A. el Magno. Este año se ha puesto gafas que le dan una pinta de estudioso. 

La amonestación se la había puesto una profesora de guardia porque más o menos textualmente "A. se había enzarzado en una discusión con R. y se habían gritado e insultado delante de toda la clase." Aunque me he resistido dos o tres semanas, al final, como tutor no me queda otro remedio, y debo hacer llegar a sus padres la falta.

Hoy le pregunté qué había pasado. "Me han castigado" --respondió. "Pobre hombre, y ¿cómo? ¿no te dejan salir?" "Sí salir sí, pero me han quitado la paga, y si quiero ir a la fiesta tengo que utilizar el dinero de mi hucha" "Ja, ja" --rompí en carcajadas. Me hizo gracia lo de la hucha. No imaginaba que estos chicos de hoy tuviesen hucha. Debe ser una excepción.

C. es otro alumno. Sus padres trabajan los dos y él no tiene supervisión en casa. Hoy venía vestido con una cazadora de imitación de piel, unos piratas de cuadros blancos y negros caídos, que dejaban ver unos calzones grises, y unos tennis imitando botas de fútbol. El pelo lo lleva normalmente en forma de cresta, engominado o cubierto con una gorra de béisbol. Últimamente se junta con los rockabilis del curso. Está en una permanente transformación diaria. Ayer venía a clase con una bufanda de esas de cuello en un día que hacía más de 25 grados de temperatura.

A él le entregué dos amonestaciones de una misma profesora. La causa: "no trae el material y se pasa la clase molestando". Es inteligente y si quiere puede. Cuando terminó el trabajo del día me recordó, mientras me lo mostraba satisfecho: "Profe este año voy a aprobar" "C., recuerda que tienes pendiente las Sociales de Primero" "Uy, profe, vamos, anda dámelo por aprobado". "Venga, venga, estudia" --le contesto defensivo.

Al poco lo veo de pie junto a S. una alumna simpática como ninguna, aunque de pocas luces, a pesar de que estudia --por supuesto según ella. Últimamente observo que C. quiere ayudar a S. a hacer los deberes, pero creo que hay un cierto flirteo. Ella se deja querer. Él comienza a empujarla, ella le responde. Siguen así unos minutos. A veces se golpean sin hacerse daño. Parecen perros jugando un poco fuerte. Le llamo y le digo en privado "C., cálmate, que estamos en otoño. ¡Qué harás cuando llegue la primavera!" Él se ríe un poco avergonzado como si hubiese descubierto su secreto.

No es extraño que con tanta hormona en circulación, a los alumnos y alumnas les cueste concentrarse. Es necesario tener paciencia, pero por su bien ellos tienen que aprender a controlarse para aprender algo, aunque sea un poco.

Pobres, ¡qué difícil lo tienen en esta sociedad hiperactiva!

jueves, 30 de septiembre de 2010

Discourse Analysis


Leyendo sobre Análisis del Discurso, me pregunto hasta qué punto lo que decimos o escribimos responde de verdad a lo que queremos decir o escribir. 

Me explico: una cosa es el texto (lo que se dice o escribe) y otro es el discurso, o el texto más el contexto (contexto: lo que rodea a ese texto, aquello que lo condiciona desde el punto de vista psicológico, social, político, local, etc.)

Pongamos un ejemplo: una entrada de este blog. El texto sería lo que aparece impreso en la entrada. El discurso sería el texto más el contexto que la hace posible. Influye en ese texto mi estado de ánimo (los asuntos que me rondan la cabeza, mi estado físico); influye el hecho de quiénes son mis lectores y el conocimiento que tengo de ellos (tengo que cuidar mi lenguaje; he de tener en cuenta cuál es su situación humana, etc.); el texto tampoco es indiferente a mi situación social y profesional (me he creado una imagen pública que quiero mantener, no puedo traicionar a aquellos a los que importo, etc.)

La cuestión es entonces, ¿qué parte de lo que escribo responde a lo que verdaderamente pienso? 

Ayer hubo huelga general, para mí más que justificada. La participación en el sector de la educación no superó el cinco por ciento.

Hoy he vuelto al trabajo y voy a convivir con unos compañeros, la mayoría de los cuales se han resignado y son apáticos ante las medidas impuestas por el Gobierno. Mi discurso (mis palabras, gestos) delante de ellos no reflejará en absoluto lo que pienso en el fondo.

Esto tiene un nombre: hipocresía.

Los griegos inventaron las máscaras para cubrir el rostro de los actores en el teatro. Poco importaba que el que llevaba la máscara de bufón, burlona y festiva, estuviese triste y desesperado bajo ella. 

Texto y discurso. Me parece que me va a gustar la materia.

lunes, 27 de septiembre de 2010

If you prick us, do we not bleed?

If you prick us, do we not bleed?
if you tickle us, do we not laugh?
if you poison us, do we not die?
and if you wrong us, shall we not revenge?

Shakespeare. The Merchant of Venice
Act 3, Scene 1


Buscando información sindical, entré en la página de Comisiones Obreras y me topé con una encuesta sobre la Huelga del 29 de septiembre. Una de las cuestiones era si consideraba que las medidas del Gobierno (bajada de sueldo) afectarían al desarrollo de mi trabajo. Las opciones de respuesta eran, creo recordar: sí, en cierta medida y no.

Yo contesté que no.

Por curiosidad, miré el resultado de cómo habían votado otros antes que yo y vi que la mayoría decía que sí, que les afectaría en su trabajo.

Mi trabajo es un trabajo, y como tal, cualquier medida, por las razones que sea, que lo disminuya, lo degrade, debiera afectarle negativamente (if you wrong us, shall we not revenge?). Pero la particularidad es que mi trabajo es un trabajo con personas, con seres humanos, con jóvenes que aprenden, que en ocasiones se asombran, que a veces se interesan y a veces se aburren. Yo trabajo con espíritus para que piensen, para que critiquen, para que sean libres. Yo no trabajo con máquinas, o con papeles o con ordenadores, que no piensan, no sienten, no ríen y no sufren. Pero mis alumnos sí.

Cuando estoy en clase, ¿cómo puedo olvidar que estoy con personas? Mis alumnos podrían decir, como Shylock en el Mercader de Venecia, "If you prick us, do we not bleed?" 

El miércoles iré a la huelga y al día siguiente seguiré enseñando a mis alumnos todo cuanto sé y haciendo todo cuanto pueda para ayudarles a ser justos y benéficos.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Did she pee?

A veces hay pequeños despistes que salen caros.

Era una noche cualquiera. Cuando eran en torno a las diez, bajamos a darle a la perra su último paseo del día. Pero cuando llegamos a su territorio favorito, después de olisquear la base húmeda del poste de Prohibido el Paso a vehículos, colocado a la entrada del camino que lleva al parque de la Isla, y cuando ella había descendido el escalón que separaba la acera del pseudojardín donde ahora renacen los brotes de un antiguo árbol cortado, algo de importancia nos debió entretener en nuestra usual dialéctica, que al poco vimos a la perra volver a la acera y olisqueando el suelo dirigirse a otro afán. 

-- Did she pee? --preguntó la dueña, que presentía angustiada la papeleta que nos aguardaba ahora.

Si había meado, la perra ya estaba servida y podía retirarse a esperar, después de acurrucarse en su cómoda cama junto a su manta de lana azul favorita, otro día en el que vivir su vida de perra. Si no lo había hecho, en algún momento necesitaría devolver a la naturaleza su deuda.

-- No lo sé --contestó el dueño para quien, de costumbres fijas, se aproximaba la hora ineludible de entregarse a los dulces brazos de Morfeo.

Recorrieron arriba y abajo itinerarios seguidos por la perra en otras salidas. Animaron al pobre animal a resolver la duda que les asaltaba. Pero después  de mucho ir y venir y varias versiones del "Good girl", expresión que solía tener su efecto, de hacer a la perra agachar sus cuartos traseros y levantar la pata, decidieron dar por perdida la causa.

Volvieron a la casa y la sacrificada dueña se dispuso a velar delante de la televisión hasta una hora prudente, cuando bajaría de nuevo e intentaría, esta vez sin quitarle el ojo de encima, que la bendita chucha se apiadase de sus ojos cansados y depositase sobre la acera la líquida prueba.

jueves, 23 de septiembre de 2010

El papeleo


¡Cómo me aburre la burocracia!

Este año soy el tutor de un grupo de alumnos de Segundo de ESO, la mayoría de 14 años, aunque hay algunos de 15 y alguno que cumplirá los 16 este curso. Casi todos vienen de repetir Primero y han pasado a Segundo por "imperativo legal" como nos gusta decir.

Entre ellos los hay que necesitan apoyo en Lengua y en Matemáticas, otros siguen un programa de enseñanza Compensatoria y tengo algún ACNEE, es decir, de necesidades educativas especiales. Digamos que para la mayoría el estudio no es precisamente su fuerte. Pero todos son nobles, tienen su corazoncito y tienen los sueños y pesadillas de cualquier chico o chica de su edad.

Hoy el Departamento de Orientación me ha entregado unos impresos para que los padres autoricen que sus hijos reciban apoyos. ¿?

Llevamos apenas una semana de clases, y ya cuatro de mis alumnos han sido amonestados por escrito por mal comportamiento. Esto significa que ahora tengo que rellenar un impreso en el que se recuerda a los padres la consecuencia de que su hijo reciba tres amonestaciones: su expulsión por tres días. Ese impreso no se manda por correo, porque eso supone mucho gasto en sellos, y se le entrega al alumno, para que a su vez lo entregue a sus padres para que éstos lo firmen, lo entreguen a su hijo y éste lo devuelva al tutor.

--¿Y si no lo entregan? --pregunto.

--No importa, tú quédate con las amonestaciones de los profesores y anota en tu cuaderno que se le ha comunicado a los padres.

Las siete faltas de asistencia no justificadas a clase acarrean una amonestación. Las justificaciones hay que registrarlas en el programa informático Rayuela.

--¿Cómo hago para justificarlas? --pregunto al Jefe de Estudios.

-- Una vez en Rayuela entras en Seguimiento del Alumno y allí entras en Tutor y vas de alumno en alumno para justificar la falta.

Pero si yo lo único que quiero siendo tutor es animar a mis alumnos, seguir su progreso académico, ayudarles a resolver sus problemas con sus profesores y sus compañeros, y sobre todo decirles que sí, que pueden conseguir aquello que se propongan con un poco de esfuerzo.

Yo no quiero rellenar papeles que no sirven para nada.

¡Basta de burocracia! ¡Viva Sócrates! ¡Viva Luis Vives!